Yo formo parte de los madrugadores y esta semana constaté que ya no puedo saborear mi café con un rayo de sol. Ahora aparece cuando me marcho de casa y me cuesta adaptarme a esta varación de la duración del día. Total casi no usé los transportes subterráneos y pasé horas esperando autobuses o caminando para disfrutar estos últimos días del verano…
En estos tiempos de crisis económica, intenté otra vez una sesión de compras con una amiga que lleva siglos militando… Si los zapatos holandeses fabricados en Hungría consiguieron su aprobación, otro cantar fue en la tienda de ropa que visitamos. No sólo me quitó las ganas de comprar cualquier cosa sino que también dio clases de economía a la dependiente.
Se admitiría este precio si fuera fabricado en Europa pero este producto viene de China y eso sólo aumenta el beneficio de la empresa.
La dependiente intentó explicarle que no maltrataban a los subcontratistas chinos pero mi amiga no quiso escucharla y nada más salir de la tienda, me explicó su actitud: esta chica no tiene otra opción que devolver esta queja a la dirección y si surgen muchas quejas, tendrán que reconsiderar el lugar de producción.
Sinceramente no sé si su queja en el almacen cambiará las cosas pero confieso que siempre me enternecen los utopistas 🙂
Este fín de semana, tras las dificultades de la vuelta, las restricciones presupuestarias y otras noticias desagradables, tocaba divertirse.
La techno parade desfilaba entre la plaza de la nación y la plaza de Italia, muchos sitios proponían visitas gratuitas para celebrar el día del patrimonio y el periódico l’Humanité organizaba su fiesta anual en el parque de la Courneuve.
Mi ternura hacia los idealistas me llevó a escoger esta tercera opción.
Un programa de conciertos especialmente llamativo y un tiempo veraniego habían atraído a mucha gente. Recorrer el territorio de la fiesta resultaba bastante complicado pero había buen rollo y pasé varias horas realmente agradables.
Tras este fín de semana reconstituyente, seguiré recorriendo el asfalto parisino…