Mi corta semana parisina empezó cerca de la puerta de Clichy.
Al pie de la torre del nuevo tribunal de París, siguen explotando las parcelas liberadas por la sociedad de ferrocarriles para construir edificios nuevos. Casi no hay otra opción que circular entre las zonas de obras y el gran jardín Martin Luther King resulta cada día más pequeño para la población que lo rodea.
Yo pasé un rato en el cementerio de Batignolles y sus alamedas lastimadas por el zumbido del periférico. Me paré un rato delante de la tumba de Verlaine, pero no encontré la última residencia del amigo que se llevó la Covid, un año atrás.
Para volver al distrito 18, pasé por la calle des Batignolles y la calle des Dames en donde constaté una impresionante extensión de las terrazas.
Al llegar al distrito 18, pasé por la librería Gibert que se halla en el bulevar Barbès. Por el confinamiento y las restricciones de la pandemia, llevaba siglos sin entrar en una librería, pasear entre los mostradores y seleccionar cosas y otras. Ese día escogí un libro acerca de los árboles, otro acerca de las hierbas malas y un disco de Avishaï Cohen incluyendo su interpretación de “Alfonsina y el mar”.
Al día siguiente madrugué y así pude subir al Sagrado Corazón para contemplar la gran ciudad y disfrutar este amplio horizonte a pesar de las nubes.
En las escaleras, unas diez personas ya estaban contemplando la ciudad y abajo, un joven ya estaba ensayando danza callejera. Yo tuve la tentación de bajar por el funicular, pero seguí caminando rumbo a la plaza de los pintores, casi desierta y la escalera del calvario.
En la plaza del calvario pude constatar lo que ya había leído en la prensa: algunos jardineros impresentables cortaron la glicinia que le proporciona sombra a la terraza del restaurante de la plaza. Luego seguí rumbo abajo hacia el metro.
Al atardecer pasé por la larga calle Saint-Maur: el taller de las luces ya estaba abierto, y allí también constaté una impresionante extensión de las terrazas.
Todo pasa como si la gente quisiera recuperar los largos meses de cerradura de los bares.
Confieso que, de momento, no tuve ganas de sentarme en alguna terraza, pero imagino que con un toque de queda a las 23 y temperaturas veraniegas, aparecerá alguna oportunidad.
De momento seguiré entre idas y vueltas entre París y mi pequeño pueblo de Borgoña.