Últimamente llegué varias veces muy temprano a la parada de autobús que me corresponde, y en vez de esperar durante unos largos minutos, preferí caminar hasta la parada siguiente. Así fue como descubrí a este hombre solo, negro de piel, sentado en el banco de la parada.
Cada vez que le encontré, estaba hablando en un idioma que no entendía, dirigiéndose a un interlocutor que no conseguí identificar. Comprobé varias veces si tenía un auricular o algún dispositivo de comunicación, pero por más que mire, no divisé cualquier aparato. Así que llegué a la conclusión que estaba comunicando sus problemas en voz alta a los cuatro vientos.
En medio de su discurso, la única palabra que me llamó la atención se parecía a burkinés. No sé por cuales acontecimientos tremendos pasó este hombre, pero lo cierto es que necesitaba comunicar sus angustias y no sabía a quién dirigirse.
En mi barrio mestizo, algunos migrantes vivieron traumas de todas clases y varias familias enfrentan situaciones muy complicadas. Algunos psicólogos y terapeutas profesionales se juntaron para proponer, una vez al mes, sesiones de actitud receptiva a quien lo necesita. Cada uno de estos altruista instala dos sillas frente a frente en la acera de la calles des Poissonniers y regalan un intercambio atento y benevolente.
En el extremo noreste del distrito XVIII, también crearon una “casa de la conversación” en donde organizan acontecimientos y formaciones para cultivar el arte de la conversación inclusiva entre personas que no se encontrarían en otro lugar. Si todavía no pude visitar este lugar, el proyecto me parece estupendo para ayudar a todos los que sufren de la soledad de las metrópolis o del exilio.
De momento, toca aprovechar los puentes de Mayo para escaparse un rato de la Ciudad de las Luces.
¡Hasta pronto!