Calle Gabriel Laumain

Cuando llegué a París, varias décadas atrás, alquilé un estudio en una parte algo provinciana de las afueras de la capital. Este agradable refugio se hallaba a 20 minutos del centro de la gran ciudad y de mi instituto de siempre, pero a veces algunas compras exigían que explorara zonas menos acogedoras.

Eso ocurrió cuando quise comprar una piedra para el mechero que usaba en aquel entonces. Después de pedir ayuda en varios estancos, conseguí la dirección de una tienda que vendía estos productos, en una pequeña calle del distrito X.

Viajé en metro rumbo a la estación Bonne Nouvelle y caminé por la calle del Faubourg Poissonnière rumbo al norte. Al principio no ubiqué la calle que buscaba porque su extremo Oeste se parece a las demás puertas cocheras del vecindario. Pero escudriñando el mapa, encontré la solución y seguí por la callecita.

Confieso que al recorrer este barrio desconocido y muy animado sentí algo de intranquilidad. Pero encontré la tienda que buscaba, me atendieron muy amablemente y tenían las piedras de mechero que necesitaba.

Poco tiempo después de esta visita, alquilé un piso más grande a dos bocacalles de la calle Gabriel Laumain. Descubrí un barrio raro con muchas tiendas de peleterías y una importante comunidad turca. Pero el piso era muy agradable y la pizzería de en frente acogedora y barata.

Varias décadas después, volví a pasar por la pequeña calle Gabriel Laumain y contemplé su transformación.

 

Restauraron las fachadas y la pequeña plaza circular que se halla en medio de la calle. Los comercios dudosos desaparecieron y ahora alberga un hotel de cuatro estrellas y un taller del pastelero Christophe Michalak. La última huella de los tiempos antiguos es la tienda de máquinas de coser…

En cuanto al vecindario, también se transformó para acoger une población más adinerada y las tiendas correspondientes. ¡Otros tiempos, otras personas!

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Semana corta

Normalmente, abren el pequeño cementerio del Calvario para la fiesta de Todos los Santos, pero este año permaneció cerrado sin explicación. Así que no pude admirar una vez más el molino que decora una de las tumbas escondidas detrás de la puerta de Tomaso Gismondi.

Aproveché la mañana soleada para caminar rumbo al cementerio des Batignolles y contemplar la profusión de flores que la gente suele poner en las tumbas alrededor de esta fecha.

En la entrada del cementerio, había una decena de empleados movilizados para ayudar a los visitantes. En las parcelas se notaba la presencia de las familias, algunas dedicándose a la limpieza anual de una tumba. Yo di una gran vuelta y al mirar las macetas, creo que el color de este año es el amarillo…

Por la tarde quise volver a la vida y visitar el mercado de segunda mano instalado en el bulevar Auguste Blanqui. Intenté jugar al escondite con los chaparrones, pero acabaron con mi impermeable y subí en el primer autobús que encontré, rumbo al norte de París.

El resto de la semana fue dedicado a superar el bajón temporal provocado por el cambio de horario. Mi primera sensación (negativa) fue que ya volvíamos a vivir de noche para unos meses. Pero luego también empecé a contemplar todas las luces del anochecer y volvió la alegría de mirar la ciudad de otra manera.

¡Ahora solo falta que las gatas se enteren de este cambio de horario!

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Fin temporal de las terrazas temporales

Después de varias temporadas de restricciones en cuanto a la cantidad de personas que uno puede acoger dentro de su establecimiento, los dueños de bares y restaurantes aprovecharon la posibilidad de instalar terrazas de madera en la acera o en las plazas de aparcamiento para seguir trabajando. Durante la primavera y el verano, eso dio a la capital un toque relativamente alegre y transformó algunas calles en terrazas gigantes, con gente por todas partes.

En una ciudad que tiene la densidad de construcciones de París, con pisos cada día más pequeños, estas terrazas proponen espacios de convivencia imprescindibles para compensar las largas horas de teletrabajo solitario. Por cierto, en algunos lugares el ruido de las charlas y de las risas molestan a los vecinos que tienen que madrugar. Pero la experiencia resulta globalmente positiva.

Pero ya llegó el momento de desmontar estas instalaciones temporales y anuncian multas para los okupas atrasados a partir de mañana😊

Lo cierto es que esta operación necesita bastante tiempo y un buen destornillador eléctrico 😊

Para los dueños de bares y restaurantes, la siguiente fase consistirá en solicitar un permiso formal de ocupación del espacio público, con pago de las tasas asociadas. El Municipio proporciona una web que permite describir la instalación deseada y calcular la tasa que corresponde. En mi modesta calle de categoría 4 (no tengo ni idea de lo que significa), una terraza de 2 metros por 10 cuesta unos 2000 euros al año. No me parece exagerado.

Por cierto, espero que también desmonten las terrazas de la plaza de los pintores, para que podamos admirar de nuevo esta encantadora plaza de la colina de Montmartre…

De momento, son muchas las personas que aprovecharon las vacaciones escolares para marcharse unos días lejos de la capital y a mi me toca estar de servicio. Si no hay mucha gente en la planta en donde se halla mi despacho, por las vacaciones o por el teletrabajo, no tengo tiempo para aburrirme.

Lo bueno es que la asociación de los parisinos vuelve a tener demandas de paseos por la ciudad y a mi me tocaron dos citas con viajeros.

¡A ver si recuerdo los recorridos que dibujé por la ciudad!

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Los autobuses nuevos

Unas semanas atrás, la RATP (sociedad de metros y autobuses parisinos) empezó a usar autobuses eléctricos en mi línea de siempre.

Mi primer contacto con esos vehículos nuevos ocurrió sobre las siete y media de la mañana, cerca de la plaza de la Nación. Ese día un vehículo eléctrico dejó de funcionar en medio de una cruz importante y el autobús que me transportaba no pudo seguir adelante. Todos los viajeros tuvieron que bajar y seguir caminando…

El pasado viernes pude viajar con este nuevo autobús y compararlo con los modelos de siempre.

Lo bueno es que este vehículo solo tiene dos niveles de suelo: una parte principal muy fácil de acceso (incluso para los ancian@s) y une parte más alta (probablemente encima del motor) cuyo acceso necesita cierta agilidad.

También diseñaron una organización de la planta baja más conforme a los usuarios de los autobuses: ahora cuenta con dos sitios para sillas de ruedas y dos sitios para los cochecitos. Por cierto, eso reduce el número de asientos disponibles para las demás personas, pero esas siempre pueden viajar en metro.

Ese día yo me instalé en la parte alta y la verdad es que con gusto contemplé la ciudad a través de las ventanillas traseras.

En algunos momentos, el ruido del motor se parecía al de la lavadora cuando empieza el centrifugado (por lo menos, así es como lo percibí), pero globalmente el vehículo es relativamente silencioso.

Esta misma semana, tuvimos un intercambio acerca de los vehículos eléctricos con algunos colegas ecologistas.

Si los motores eléctricos producen menos partículas que otros, queda la pregunta del modo de producción de la electricidad consumida, así como de la fabricación y del reciclaje de las imprescindibles baterías.

Finalmente, los vehículos eléctricos parecen imprescindibles esencialmente para los políticos y los fabricantes. Para los demás, quedan muchas dudas acerca de la mejora que proporcionan para nuestro ecosistema.

Ayer fue cuando empezaron las vacaciones de otoño. En la estación de Bercy se notaba una cantidad impresionante de viajeros. Y los empresarios del turismo indicaron que habían recibido una cantidad muy importante de reservas para estas semanas.

Mientras tanto, y para disfrutar de los últimos días soleados de octubre, hice un pequeño recorrido por la colina de Montmartre y me asombró la cantidad de visitantes que encontré en casi todas las calles de la parte superior de la colina.

Por suerte las gatas no se marcharon de vacaciones y siguen acompañándome.

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Exploraciones

Ya son casi diez años viviendo en el mismo piso (solo faltan cuatro días) y empecé a contemplar la posibilidad de mudarme a otro sitio. Llevo varias semanas escudriñando los anuncios en internet y el pasado lunes tenía una cita para visitar un piso en la séptima planta de un edificio del distrito 20.

Este distrito se halla en la parte este / nordeste de la capital. Cuenta con varias zonas de mucho encanto, tiene un ambiente relativamente popular y queda más cerca de mi trabajo. Así que imaginé que podría adaptarme a este barrio.

El piso que visité tenía casi la misma superficie que el mío, una cocina con ventana, un precio asequible y supuestamente más luz ya que se halla en la séptima planta. Tuve una primera sorpresa al descubrir que un edificio de diez plantas tiene un único ascensor de cinco personas. Luego, nada más entrar, la sala de estar me pareció relativamente pequeña e incluso llegué a dudar de la superficie anunciada. Pero supongo que la percepción cambiaría al derribar la pared entre la cocina y la sala de estar. Por cierto, el piso tiene una vista relativamente despejada hacia el este parisino, pero no sentí la corazonada imprescindible para seguir adelante.

Lo bueno de esta visita fue que dejé de mirar los defectos de mi piso para apreciar sus cualidades interiores y valorar más su ubicación dentro de la capital, al lado del eje norte-sur de la línea de metro número 4.

Dediqué el resto de mis atardeceres a visitar varias tiendas y a comprobar que todavía aguanto recorridos largos con objetos voluminosos.

Seguí las exploraciones el sábado al participar a una reunión organizada por unos veinteañeros militantes políticos. Me alegró constatar que algunas utopías siguen vivas y que estos jóvenes tienen muchos proyectos.

Hoy pasé por un pequeño mercadillo cerca de la estación del Norte en el distrito X antes de trasladarme hacia la calle Botzaris en donde el “Lions Club” local organizaba un mercadillo a lo largo de las rejas del parque des Buttes-Chaumont.

Mientras algunos parisinos aprovechaban una tarde soleada para pasear por el parque, otros exponían sus trastos para conseguir algo de dinero.

Lo cierto es que, por la crisis sanitaria, estos mercadillos fueron prohibidos durante varios meses y son muchos los parisinos que necesitan vender los objetos que ya no sirven. Para los otros recorrer estas muestras es un entretenimiento muy barato mientras no compras nada. Pero los objetos expuestos también dan indicaciones acerca de la situación económica de la gente. En la primera parte de la calle Botzaris, noté varias muestras de objetos “vintage” o por lo menos de buena calidad. Mas adelante se trataba de productos más modestos que apenas alcanzaban medio euro…

Yo miré algunos dibujos y un Bidendum de Michelin sin comprar nada.

Y ahora toca descansar

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