Los anuncios de semana santa

A pesar de la extensión del confinamiento paradójico, el virus siguió progresando por todas partes…

Entonces los cerebros que gobiernan Francia explicaron que era preciso cerrar las escuelas para evitar que los alumnos compartan sus virus y los regalen a sus familiares. Y para que la medida sea aplicada, anunciaron que se adelantarían las fechas de las vacaciones de primavera.

El jueves por la noche, el presidente en persona anunció que la gente podría juntarse con su familia para la fiesta de Pascua, pero a partir del sábado por la noche, tendría que quedarse en el lugar elegido para el confinamiento. Y para los que tendrían que viajar el domingo o el lunes, las autoridades se portarían con indulgencia.

Entonces tenemos otra vez una serie de instrucciones contradictorias y finalmente, cada uno hace lo que le da la gana.

Personalmente seguiré aprovechando la posibilidad de teletrabajar para quedarme en mi pequeño pueblo de Borgoña y recorrer los caminos del vecindario, contemplando los panoramas que regala esta zona.

¡Hasta pronto!

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Extensión del confinamiento paradójico

Desde mi pequeño pueblo de Borgoña, confieso que el cambio de hora de toque de queda me encantó: pude combinar las horas de teletrabajo con varias sesiones de marcha y conseguir un nuevo equilibrio.

Desgraciadamente, mientras los habitantes de dieciséis departamentos descubren los encantos del confinamiento exterior, el virus sigue viajando y contaminando a mucha gente. Llegó hasta el departamento en donde se halla mi casa de campo y el gobierno añadió esta zona a la lista de los territorios que tienen que practicar el confinamiento exterior.

Me asombró esta noticia, pero mi panadera preferida me explicó que se trata de la variante inglesa y que circula muy rápidamente entre los estudiantes de secundaria.

El desarrollo de la pandemia fue suficiente para que un equipo de una gran cadena de televisión nacional hasta este pequeño pueblo para cuestionar a algunos comerciantes y al alcalde.

Yo no veo a mucha gente así que los riesgos de contaminación son bastante limitados. Pero como muchos, tengo la sensación rara de volver un año atrás.

Sé que no hay más remedios que aislarse varias semanas y mientras tanto sigo recorriendo los caminos que rodean el pueblo.

¡Hasta pronto!

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Un confinamiento paradójico

Esta semana tocaba pasar dos días en París. Tren del anochecer con poca gente, metro casi desierto… volver a casa resultó muy tranquilo, y con gusto llegué a mi refugio parisino.

El día siguiente, mi autobús de siempre me dejó delante del instituto.

Últimamente, pidieron que los empleados vinieran a la oficina de vez en cuando, para no perder el contacto con los colegas y con el instituto. Total, a lo largo de mis dos días de presencia, pude encontrarme con varios colegas que no había visto desde varias semanas.

Globalmente, toda esta gente vive la situación sanitaria y las obligaciones asociadas con pragmatismo: si fastidia la imposibilidad de hacer proyectos, bien saben que se benefician de una estabilidad profesional envidiable. Así que, al acabar el largo intercambio de noticias, pronto surgió la pregunta esencial del momento: ¿Cuándo tendremos que confinarnos de nuevo y cuánto tiempo durará esta nueva sesión de encierro?

Al anochecer, volví a casa caminando, parándome de paso en algunas tiendas, y constaté como en otras ocasiones que mucha gente no cumple con el toque de queda. Todavía se ven personas que se juntan delante de los bares cerrados, otras que se reúnen delante de las escuelas, y se nota en cada esquina las ansias de contacto.

Yo me marché de París el jueves por la noche y me enteré de las nuevas medidas mientras viajaba en un tren casi desierto.

Para empezar, anunciaron que la hora del toque de queda pasaría de las 18 a las 19 para todos.

Luego precisaron que los habitantes de la región parisina tendrían que quedarse a menos de 10 kilómetros de su casa y que no podrían viajar hacia otra región.  

El viernes por la noche anunciaron que muchos parisinos se marchaban de la región capital, provocando 400 kilómetros de atasco y saturando los trenes.

Comentando las nuevas noticas con unos familiares, constatamos que las autoridades recomiendan que los parisinos pasen mucho tiempo fuera de casa, lo cual constituye una forma algo paradójica de confinamiento exterior.

Aunque esta nueva forma de confinamiento resulte más leve que la de 2020, prefiero pasar estas semanas en mi pequeño pueblo de Borgoña y recorrer caminos sin contaminación mientras podemos hacerlo. 

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Una semana lejos de París

Hoy se acaba mi primera semana de teletrabajo integralmente lejos de París y empiezo a notar algunos detalles que fastidian.

El lunes, un técnico activó una línea telefónica en mi casa de campo para que tenga mi propia conexión ADSL. Hasta este momento, usaba la conexión de un vecino muy amable que me había comunicado su contraseña, pero eso no podía seguir para siempre. En medio día, mi PC ya reconocía el módem ADSL, pero la contraseña de la etiqueta no funcionaba ya que la impresión no mostraba completamente el último carácter. Por suerte conseguí resolver el acertijo, pero pronto constaté que el ADSL no tiene la velocidad de las conexiones que suelo usar en París… De repente, tuve la sensación de volver 20 años atrás.

También sorprende el cierre meridiano de los comercios que impide hacer las compras del día.

Otro elemento que despista totalmente a una persona que suele vivir en París, es el respeto estricto del toque de queda por los aldeanos. A las seis en punto, todos los comercios (menos las farmacias) están cerrados y no queda gente en las calles. Casi todos dejaron de trabajar a las seis menos cuarto para tener el tiempo de llegar a casa.

En París, nunca cumplo con este límite de las 18, simplemente porque no me deja tiempo para hacer tres compras y volver a casa caminando. Y en mi pequeño pueblo de Borgoña, me cuesta encontrar un ritmo adecuado para combinar las horas de trabajo y una larga caminata diaria.

Por suerte, en este pequeño pueblo también conozco a algun@s rebeldes y una de es@s me invitó a chatear en su casa, cuarenta y cinco minutos después del toque de queda. Fue un momento muy divertido, sobre todo cuando comparamos todas las explicaciones que habíamos imaginado por sí algún policía nos controlaba

Hoy, hice de nuevo una larga caminata por uno de los senderos que llevan a Santiago, contemplando el valle del Loira y saboreando el viento sin mascarilla.

Dentro de poco tendré que volver unos días a Paris.

Continuará…

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París en modo torbellino

Cuando pasas casi toda la semana lejos de la capital, los pocos días que pasas en París te transforman en torbellino.

La sensación aparece nada más salir de la estación de ferrocarriles cuando te hundes en el metro. Pensabas viajar con poca gente por el toque de queda, pero en realidad son muchas las personas que no respetan esta obligación.

Cuando llegas a tu estación y vuelves a la superficie, constatas que también queda gente en las calles de tu barrio: traficantes, prostitutas, pero también el indio que cuece maíz y algunos solitarios que necesitan charlar. Por suerte, los policías no controlan esta zona y puedes llegar a tu refugio de siempre sin problemas.

Recoger el correo, cenar y empezar a guardar todo lo que dejaste en desorden en tus últimas salidas.

Al amanecer, tu primer acto consiste en hacer la lista de todas las cosas que quieres arreglar mientras estas en París y para superar el vértigo, entablas enseguida tu sesión matutina de teletrabajo, aprovechando las pausas para fregar tres platos o prender la lavadora.

En medio día, menú de deportista con pastas y frutas, un café y ya llega la hora del torbellino.

Pasar por la tienda del indio a quien subarriendas tu aparcamiento, comprar unos congelados para cenar, firmar un papelito en la agencia inmobiliaria, pararte en la farmacia explicando que NO quieres hacer otra vez una prueba de Covid… Y luego meter en un largo recorrida hasta Levallois-Perret, en donde te citaron a las 16.

De paso, aprecias el rayo de sol de la tarde y constatas que son muchos los parisinos que aprovechan este tiempo primaveral para cargar las pilas. En uno de los parques soleados de mi recorrido, los viejecitos del barrio habían invadido todos los bancos disponibles, respetando la distanciación física, y no quedaba ni un asiento libre.

Al salir de mi cita, caminé rumbo a la torre del tribunal de París para contemplarla otra vez y constaté que se halla al lado de las naves de la Ópera de París y de la Comedia Francesa. Esta proximidad me pareció chistosa y demuestra, una vez más, que no hay mucha distancia entre justicia y teatro.

Después de este corto momento contemplativo, el torbellino me llevó a una tienda de bricolaje para comprar unos detalles y aproveché un autobús que pasa al lado de mi casa, para respetar el horario del toque de queda.

Nada más llegar a casa, tocó regar las macetas, hacer algo de limpieza y recoger todos los detalles que quería llevar a mi campamento provincial y que entran en tu maleta…

Al día siguiente, viajas por el autobús de siempre con todo tu equipaje rumbo al trabajo. En el instituto, tienes varias reuniones planeadas y en los intersticios se cuelan todos los que quieren compartir una charla contigo: el teletrabajo y sus enlaces virtuales provocan ansias de contactos reales. Y no hay más remedios que saciarlas…

A la hora del toque de queda, te vas a la estación para coger el tren que te lleva lejos de París, con todo el cansancio provocado por el torbellino…

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