El taller de las luces

La vuelta al trabajo resultó bastante brutal y necesité casi toda la semana para acabar con lo que me esperaba en mi escritorio. Pero con gusto retomé las largas caminatas para volver a casa al atardecer, y así pude sumergirme rápidamente en el caos parisino.

Sobra decir que caminar con una mascarilla normalizada no es muy agradable, pero tengo algunos modelos alternativos de lino o de algodón que te dejan respirar…

Si no hice muchos descubrimientos entresemana, aproveché el fin de semana para visitar un sitio que me llamó varias veces la atención: el taller de las luces.

Se halla en la calle Saint-Maur, muy cerca de la casa de una amiga y la larga cola de gente esperando para entrar me llamó la atención en varias ocasiones. Pero nunca había llegado a comprar una entrada para visitar este lugar.

Eso hice ayer por internet y escogí un horario compatible con el hecho de levantarse tarde y de evitar los momentos demasiado concurridos. Total, me apunté para la visita de las 14 y fue una buena elección porque pude entrar enseguida, sin esperar la hora en punto.

El taller de las luces ocupa el espacio de una antigua fundición del siglo XIX. Desde la calle nadie imagina que detrás de los edificios de viviendas, hay una nave industrial de este tamaño (pero bien se ve en las fotografías aéreas). Reformaron el sitio y lo acondicionaron para presentar exposiciones digitales inmersivas.

Cuando entré, necesité un ratito para acostumbrarme a este espacio totalmente oscuro, en donde la única fuente de luz es la de las imágenes proyectadas en todas las paredes. La primera sensación es muy impactante. Pero pronto surge la pregunta de encontrar un sitio en donde instalar para mirar la exposición.

Yo pronto encontré un asiento y pude apreciar una primera proyección acerca de los azules de Yves Klein. Luego visité un pequeño recinto en donde las imágenes aparecen sobre paredes curvas. También pude instalarme un rato en el cuarto vestido de espejos que replican las imágenes al infinito.

Entre las sensaciones raras, toca mencionar este curioso vértigo provocado por el movimiento de la imagen en el suelo y de la que aparece en las paredes.

Luego pude instalarme en un banco normalito y apreciar la proyección dedicada a Monet, Renoir y Chagall.

Al final visité el altillo que permite tener una visión global del espacio y al marcharme, constaté que ya había mucha más gente que cuando llegué.

Lo bueno de este sitio es que puedes quedarte todo el día mirando las proyecciones. Lo malo es que se trata de un programa de una hora que se repite todo el día.

Yo pasé un excelente momento contemplando esta vorágine de imágenes de artistas que aprecio mucho. ¡Me alegró el día!

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¡Ya volví!

Me costó retomar el camino de la capital gala. Después de pasar varias semanas en una casa con jardín, no tenía muchas ganas de volver a mi modesto piso parisino. Además, la perspectiva de tener que llevar la máscara puesta todo el santo día me desanimó, pero no tengo otras opciones para ganarme la vida ☹

Por suerte las gatas recuperaron enseguida sus viejos hábitos y si la gatita ya salta más alto, de momento no explora los estantes superiores de la cocina…

Aproveché mi primer día en la ciudad de las luces para deshacer las maletas, resolver el tema de las compras de alimentos, examinar las facturas yaciendo en mi buzón y arreglar varios temas administrativos.

Al día siguiente tuve ganas de conectarme de nuevo con mi barrio y visité la exposición del trabajo de Elsa Noyons, presentado en el sótano de los libreros asociados.

Bajo el título “Desplegar el ordinario, cartografías narrativas”, esta señora presenta un conjunto de mapas relativos a la zona en donde vivo, cada una enfocándose en uno de los aspectos del barrio. Y el resultado es realmente estupendo.

Para empezar, explora las calles que forman parte del barrio y recopila sus importancias y longitudes. Yo descubrí que vivo en uno de los ejes principales y que tiene 850 metros de longitud.

Luego la autora dibuja sus trayectos cotidianos inventando “puertas” hacia otras partes de París. Pero lo más asombroso es la colección de inventarios que cuenta su trabajo y que presenta en sus mapas: los cafés (incluyendo sitios que no forman parte del barrio, pero están muy cerca), los comercios, los sitios en donde quedan las personas que viven en la calle, los sitios de los marabutos, los lugares asociativos y solidarios, los bancos públicos, los árboles, las plantas y los pájaros, los perros…

Me impresionaron los dibujos de las hojas de los árboles y de las plantas, así como el retrato de los pájaros o de los perros del vecindario.

El mapa de las fronteras invisibles me pareció bastante acertado y también me interesó la idea de ubicar a los conocidos, incluyendo a los que ya se marcharon.

A fin de cuentas, me gusta mucho su manera de describir “nuestro” barrio. Yo hubiera añadido algunos datos socioeconómicos, pero no sé si eso interesaría a mucha gente.

Al salir del sótano, quise comprar el libro de la exposición y descubrí que estaba agotado desde la inauguración de la exposición. ¡Buena noticia para la autora, mala noticia para mí!

Esta visita me alegró la vuelta y mañana podré retomar tranquilamente el camino de la oficina.

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Vacaciones

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Canícula

París ya lleva varios días con temperaturas espantosas.

El año pasado, ya tuvimos una semana de este tipo y mantener mi piso a una temperatura soportable fue bastante complicado.

Este año la canícula me pilló en mi casa de Borgoña y si las temperaturas también son espantosas, no es tan complicado encontrar un lugar fresquito, y más aún cuando tienes bodega de viticultor en la casa.

Yo pasaré varias semanas lejos de París, reformando mi casa y cuidando mi pequeño jardín, con la idea de borrar el estrés del confinamiento y de cargar las pilas para enfrentar tranquilamente los próximos desórdenes parisinos.

¡Y a la nueva gatita, le parece perfecto!

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Tolbiac…

Últimamente, una de mis amigas mencionó una obra de Léo Malet titulada “Niebla en el puente de Tolbiac”. Eso me dio ganas de recorrer la larga calle de Tolbiac que camina desde el Sena hasta el parque de Montsouris y aproveché un domingo soleado para hacerlo.

Mi recorrido empezó en el parque de Bercy, cuyos altos árboles regalan una sombra muy agradable cuando hace calor. En medio el parque, la calle Joseph Kessel me llevó al puente de Tolbiac, que ya no tiene la apariencia dibujada por Tardi, pero en donde pude admirar la gran biblioteca y el Batofar.

Al llegar a la orilla izquierda, la calle nueva de Tolbiac camina entre las construcciones nuevas de del barrio de la biblioteca y los “frigos”, antigua instalación frigorífica que ahora alberga talleres de artistas.

La avenida de Francia es el eje principal de este barrio que se estira entre el Sena y las vías de la estación de Austerlitz. Es una ancha avenida que comunica edificios altos y una red cuadriculada de calles, y permite observar los últimos delirios de los arquitectos que dibujaron los edificios que se hallan al lado del bulevar periférico.

Esta parte de París albergaba talleres y fábricas. Estas actividades fueron trasladadas a las afueras y a partir de los años 1990 transformaron la zona en una mezcla curiosa de actividades terciarias y de viviendas, con un toque aséptico que no me gusta mucho.

Después del cruce con la avenida de Francia, la calle de Tolbiac pasa encima de las vías de ferrocarriles y de la vieja calle Chevaleret. En esta parte, acaban de derribar los últimos talleres para construir otros edificios altos. Más adelante, encontramos un trozo más clásico con árboles, inmuebles más pequeños y comercios en la planta baja.

El choque ocurre al llegar a la estación de metro Olympiades en donde aparecen las primeras torres del distrito XIII y, a continuación, los primeros comercios “chinos”.

A partir de la avenida de Italia, la calle tiene de nuevo un toque más clásico y bordea la parte sur de la colina de la “Butte-aux-cailles” antes de acabarse en el límite del distrito XIV.

A lo largo de este recorrido me asombró la frecuencia de los autobuses, pero cuando miras bien, no son muchas las estaciones de metro y todas te llevan hacia el centro de París…

Antes de volver a casa seguí por la calle de la “Santé”, calle frontera entre dos distritos y que comunica dos hospitales y una cárcel. En el bulevar Arago, todavía se ve un antiguo modelo de urinario público. Antaño tenía el color verde de los edículos pero últimamente le regalaron una pintura dorada.

¡Me hizo reír!

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