París, capital de las terrazas

Seguí aprovechando los paseos de la madrugada para visitar el nordeste del distrito XVII.
En el triángulo limitado por las avenidas de Clichy y de Saint-Ouen, el barrio des Epinettes se desarrolló a partir del siglo XIX con la instalación de varias fábricas. Hoy quedan varias calles paralelas que comunican edificios de viviendas. Se ven algunos patios o jardines, pero muy pocos comercios. Y la línea de metro que comunica esta zona forma parte de las más saturadas de la capital.

Más adelante el barrio des Batignolles parece mucho más atractivo, con un mercado y comercios de todos estilos. Pero tendré que volver allí en otros momentos para ver como va la vida diurna en esta zona.
Cerca de la plaza de Clichy, encontré una antigua publicidad olvidada en una pared y me alegró el día.

Yo probé la primera terraza de la temporada, justo al lado de mi casa, compartiendo cervezas con dos vecinos que me caen bien. Se notaba en las caras la alegría de acabar con las largas semanas de encierro para volver a una vida normal. Y algunos olvidaron un poco la distanciación física.

El viernes, tenía una cita con una veterinaria instalada a seis kilómetros de mi casa y vacilé entre las maneras de desplazarme allí. Llevo casi cinco meses sin viajar en metro y tres meses sin autobuses, así que sentía la aprensión normal de toda persona que no sabe cómo mantener la distanciación física en estos medios de transporte en las horas punta.
Para la ida, decidí que iría caminando y tardé poco más de una hora.
Para la vuelta, quise superar la aprensión y viajar con mi autobús de siempre. Cuando llegó a la estación, el autobús me pareció bastante lleno, pero pude colarme en la parte delantera y como todos los viajeros tenían una máscara puesta, pensé que la distanciación quedaba razonable.
Otro cantar fue al llegar a la plaza Voltaire: pensé que había demasiados viajeros así que preferí bajar y seguir caminando. Más adelante, pude subir en un autobús casi vacío y llegar a casa tranquilamente.

El sábado, tenía que recoger a un amigo en la estación de Bercy. Salí con tiempo y probé una línea de autobús que sale de la estación del Norte y pasa a un kilómetro de mi destino del día. En este autobús me sentí muy a gusto porque nunca llegamos a la decena de viajeros.
Para la vuelta desde la estación, mi amigo sentía las aprensiones que ya había experimentado y preferimos caminar, con paradas en varios sitios para tomar un café o comer un bocadillo.

Este largo recorrido nos dio la oportunidad de pasar por la calle Traversière y sus numerosos comercios antes de seguir la Calle Saint-Maur rumbo al canal Saint-Martin. Me impresionó la cantidad de terrazas instaladas en las plazas de estacionamiento, algunas muy curadas, otras todavía en construcción. También noté que algunos listos también habían armado un toldo porque son muchos los días con lluvia en París.

No sé cuantas terrazas tendré la oportunidad de probar durante el verano, pero espero sinceramente que estas instalaciones ayuden las empresas a superar las pérdidas del cierre.

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Arrancar de nuevo

Dediqué una gran parte del pasado domingo a recorrer cuatrocientos kilómetros para acercarme de la casa de la criadora de gatos. Hicimos una parada en un pequeño hotel restaurante en el valle de la Sioule y, después de tanto tiempo sin salir de París, pasear por el pequeño pueblo y ver gente tranquila, sin máscara, pero respetando la distanciación física, fue realmente agradable.
Al día siguiente, pudimos admirar los gatos adultos de la criadora y, después de acabar con los tramites, pude llevarme “Reina des Grives au loup” e iniciar el largo camino de vuelta. Si aproveché el viaje para tranquilizar la gatita, nada más descubrir su nuevo hogar, se hizo muy presente y consiguió empaquetarme casi enseguida 😊

Luego retomé el ritmo del teletrabajo, con paseo por la madrugada y otra caminata al atardecer.

Por la madrugada, exploré varias zonas cerca del límite Norte de París.
Constaté con alegría que una parte de la zanja abandonada del ferrocarril rodeando París se transformó en una asombrosa reserva de biodiversidad.
Más al Oeste pude admirar el diseño de las viviendas baratas construidas en los años 1920. Todos estos edificios son sencillos, pero con toques coquetos. Además, la parte central de las manzanas se ve desde la calle y esa apertura resulta muy agradable.

Las caminatas del atardecer me dieron la oportunidad de ver las consecuencias de la reapertura de las terrazas de los bares y de sus extensiones. Los clientes habituales con gusto volvieron a su café de siempre para encontrar a sus amigos de barra y transformarlos en amigos de terraza. Pero los sitios sin terraza permanecieron cerrados o se quedaron sin clientes.

Mientras tanto, la alcaldesa de París anunció que los restaurantes podrían instalar una terraza en la acera o en una plaza de aparcamiento, hasta el mes de septiembre y sin pagar tasa extra. Sobra decir que son muchos los establecimientos que se apuntaron para conseguir estos permisos.

Ayer, al recorrer la larga calle Saint Maur, constaté que en varios lugares estaban instalando suelos de tablas con parapetos para delimitar su espacio exterior. No sé si eso será suficiente para compensar los tres meses de cierre, pero por lo menos demuestra que la gente quiere seguir adelante.

Hoy pasé por varios lugares en donde noté terrazas nuevas y no todas tenían clientes. Si los comercios ya parecen preparados para acoger de nuevo a los clientes, queda la pregunta llave de los recursos disponibles para consumir. Son diez millones de personas que viven desempleo parcial con la baja de sueldo asociada. Total, veo el tema muy complicado.

Yo no sufrí esta desdicha, pero me tocó otra curiosidad: organizar la vuelta a la oficina de los que no podían teletrabajar y de los que se aburren en casa…
Confieso que, con la gatita nueva, no me aburro. Así que seguiré por lo menos una semana en casa y preparándome mentalmente a volver a la oficina dentro de una decena de días.

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Saboreando las nuevas medidas

El pasado lunes, aproveché mi día de libertad para caminar por zonas que no suelo visitar y pasar por los jardines por fin abiertos.

En el parque Monceau, en el muy selecto distrito VIII, los céspedes no tenían el aspecto curado de siempre. Casi todos los bancos soleados del eje principal tenían su dueño, pero faltaban los grupos de niños, todos con el uniforme de su escuela privada. No me demoré y seguí rumbo al arco del triunfo por la avenida Hoche.

En la plaza de l’Étoile busqué la calle Victor Hugo por donde pasé hasta la plaza del mismo nombre. En esta zona del distrito XVI, todas las tiendas proponen productos de buen nivel, con los precios que acompañan. Pero bien se sabe que se trata de una de las calles comerciales del muy burgués distrito XVI. Cuando llegué a la plaza, preferí escaparme por la calle Copernic para volver a casa.

El martes fue el día de la reapertura de los bares con una actividad limitada a la venta de bebidas para llevar. Aun así, había gente por todas partes, con parisinos felices de volver a encontrarse con sus compañeros de barra.
Luego las normas se hicieron más leves y los bares y restaurantes consiguieron la autorización de instalar mesas en las aceras, pero exclusivamente hasta las 22. En algunos lugares, la distanciación física entre las mesas me pareció exageradamente reducida, pero en otros la instalación parecía correcta. Ya pude constatar en varias filas de mi barrio que el metro, a pesar de ser una unidad de medida internacional, tiene interpretaciones locales asombrosas…

Desgraciadamente, esta semana también se nos regaló episodios de lluvia y eso limitó los excesos en las terrazas.

Ayer, había gente por todas partes y en mi barrio, se veía la multitud de antes de la Covid. La buena noticia es que une parte importante de la población se acostumbró a llevar máscara. Pero todavía son muchos los que no retuvieron la regla de los cuatro M (lavarse las Manos, llevar Máscara, dejar siempre un Metro de distancia, y quedarse meno de un Minuto al lado de otra persona).

Ahora sólo falta esperar las cifras de contaminación. Con suerte, la Covid ya estará cansada y nos dejará disfrutar de las vacaciones.

Lo bueno de estas circunstancias excepcionales fue que, con el confinamiento y el teletrabajo, pude ahorrar bastante para comprarme una nueva gatita.
Y con las nuevas reglas de desplazamiento, hoy puedo viajar al centro de Francia para recoger esta belleza que se llama Reina.
¡Hasta pronto!

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Más libertad para que no se enoje el pueblo…

Pensábamos que el gobierno anunciaría las nuevas medidas de desconfinamiento el pasado fin de semana, pero tuvimos que esperar hasta el fin de la tarde del jueves para conseguir informaciones. París y su región pasarán de zona roja a zona naranja, lo cual significa principalmente que se acaba el límite de cien kilómetros para los desplazamientos a partir del próximo martes.

Últimamente se notaban muchas tensiones en las calles: son muchos los que no pueden más con todas las restricciones de las libertades individuales y que contemplan las posibilidades de desobediencia civil. Y si se juntan, pronto llegamos a una situación insurreccional… Así que el gobierno no tenía otra opción que reducir las restricciones de desplazamientos, para empezar.
La buena noticia es que yo podré viajar hacia el centro de Francia para buscar la nueva gatita que compré con los ahorros del confinamiento…

Luego mencionaron el caso de los parques y jardines, cerrados por cuestiones sanitarias, cuando bien se sabe que la distanciación resulta casi imposible de respetar en el metro y en algunos autobuses… Eso también llegó al cerebro de los del gobierno y anunciaron la apertura de los parques a partir del sábado.

Yo seguí con mis caminatas del amanecer y del atardecer, constatando que se ve cada día más gente en la calle, y que muchos locales andan casi abiertos. En los restaurantes, puedes comprar comida y llevártela para comerla en casa, pero la sala permanece cerrada. En los bares, puedes pedir bebidas pero tienes que llevártelas o beberlas en la acera…

También pasé un rato muy agradable con una pareja de vecinos que no había visto desde varios meses. Comparamos nuestras estrategias de supervivencia en la fase más dura, casi sin desplazamientos y siempre en una zona de un kilómetro alrededor de casa. Luego me contaron que ya habían aprovechado el nuevo límite de 100 kilómetros para pasear por algunos bosques alrededor de París y ahora preparan las maletas para pasar varias semanas en la casa que tienen en Bretaña. Yo confieso que de momento no sé cuando podré marcharme de París unas semanas…

Ayer hice un largo recorrido rumbo a la plaza de la Nación y constaté que la manifestación para sostener a los sin papeles, aunque prohibida, caminaba por el bulevar Voltaire…
Hoy pasé por el híper centro de París en donde había mucha gente en el jardín del palacio real o en la orilla del Sena, pero en donde también podías contemplar la pirámide de Leoh Ming Pei, abandonada en el Louvre.

Pasé un momento muy agradable en el mercado de las flores, ojeando rosales y clemátides. En el Forum, me impresionaron algunas colas delante de algunos almacenes, pero no compré nada y seguí rumbo arriba por la calle Montorgueil.

Dicen que muchos parisinos preparan las maletas para pasar unos días lejos de la capital. Bien veremos si lo hacen de verdad y si hay menos tensiones.

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Libertad punitiva

Aproveché esta segunda semana de libertad limitada para seguir recorriendo la gran ciudad.
El lunes caminé rumbo al jardín des Épinettes, cerrado por la pandemia. El martes di la vuelta del jardín des Buttes-Chaumont, cerrado por la misma razón y el miércoles tuve la misma experiencia con el parque Monceau.

En esta ciudad cuya densidad de población ronda 21000 habitantes por kilómetro cuadrado, imponer que los jardines permanezcan cerrados se parece a un castigo. Y más aún cuando estos vecinos acaban de vivir casi nueve semanas encerrados en menos de treinta metros cuadrados, superficie mediana que corresponde a cada parisino.

Yo no me quejo porque tengo una superficie más importante, con una logia que me deja ver el Sagrado Corazón. Pero al constatar que prohíben el acceso a los parques y jardines, mientras permiten el acceso a los supermercados o a las iglesias, me cuesta percibir la lógica de los bufones que dirigen este país.
Total, seguí soñando de naturaleza a través de las rejas de los jardines.

Tampoco entendemos el límite de 100 kilómetros para los desplazamientos sin justificante. Y la repetición de la invitación a pasar las vacaciones en el territorio francés para reiniciar la economía empieza a fastidiarme.

Por suerte también se ven algunos elementos más positivos y, para empezar, en mi barrio, una proporción muy importante de la gente que está en la calle lleva una máscara. Por un lado, se ven los que lucen las máscaras fabricadas por los sastres del vecindario y que, a veces, hacen juego con el turbante y la camisa o el vestido. Por otro, se ven los que tienen bastante dinero para comprar mascarillas quirúrgicas desechables. Pero en ambos grupos, la manera de colocar las máscaras no siempre cumple con la norma.
Yo tengo ambos tipos de productos e incluso conseguí la máscara regalada por el ayuntamiento en la farmacia de la esquina. Pero prefiero escoger mis horas de salida para poder caminar sin máscara.

Entre los elementos de preocupación, toca mencionar la situación de todos los negocios que tuvieron que cerrar el 16 de marzo. Si me baso en lo que pude observar al pasar por la calle Saint-Maur, algunos dueños de tienda ya renunciaron y devolvieron las llaves de su local. Otros interpretaron las nuevas reglas e inventaron una actividad compatible. El tercer grupo estaba limpiando, remodelando o pintando la tienda con la esperanza de volver a trabajar el 2 de junio. No sé cuántas empresas tendrán una capacidad financiera suficiente para superar casi tres meses sin trabajar…

En mi instituto de siempre, también estamos preparando la vuelta, con una magnífica orden contradictoria: volver todos al campus ya, pero sólo si nos dan fecha… Así que seguiremos con el teletrabajo unas semanas más…
Y de momento no sé cuándo podré salir de vacaciones ☹

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