Libertad con cordura

El primer día del desconfinamiento, amanecimos con lluvia y renuncié a mi recorrido matutino. Largo día de trabajo y a las cuatro de la tarde bajé a la calle para ver cómo iban las cosas fuera.
La primera cosa que me impresionó fue la cantidad de gente en las calles del vecindario. Pero también noté que casi todos llevaban una máscara. Yo me escapé de mi barrio y pronto aproveché el fin de los límites geográficos y horarios para seguir rumbo abajo hacia la iglesia de la Trinidad. Luego caminé rumbo arriba por la calle Pigalle y pasé al pie del Sagrado Corazón para volver a casa.
Al llegar, vacilé entre la alegría de este rato de libertad y el miedo de una nueva sesión de confinamiento.

El martes por la mañana, mi recorrido fue una vuelta al pie de la colina de Montmartre. Al atardecer, caminé rumbo a la calle de Paradis en donde venden un zumo de limón y jengibre que me gusta mucho.

El miércoles por la mañana pasé por la plaza de la república y caminé por la orilla del canal Saint Martin. Al atardecer, pasé por las tiendas del mercado Saint Pierre antes de seguir rumbo al cementerio de Montmartre y de pararme en una de las pastelerías de Arnaud Larher.

El jueves tuve ganas de ver el rio. Caminé rumbo abajo, pasando al pie del Centro Pompidou y de la torre Saint Jacques para llegar en la isla de la cité al nivel del mercado de las flores. Caminé por la orilla del Sena rumbo a la plaza Dauphine y a la punta Oeste de la isla. Luego quise pasar por el patio cuadrado del Louvre, pero estaba cerrado por obras. Seguí rumbo al palacio real: el jardín estaba cerrado, pero uno podía caminar por las galerías que lo rodean. Luego seguí rumbo al norte y pude entrar en el pasaje de los panoramas semi dormido. Luego fue cuestión de seguir rumbo arriba para volver a casa: mucho cansancio, pero la alegría de volver a encontrar la ciudad.

El viernes fue más tranquilo. El paseo matutino pasó esencialmente por el distrito IX y él del atardecer se acabó en la tienda de Larher, en donde compré una nueva preparación helada para compartir con los vecinos.

Ayer tocó resolver el tema de las compras y, luego, comprobar que podemos compartir el mismo abono de internet con uno de los vecinos para cultivar el descrecimiento.
Por la tarde hice un largo recorrido por la calle de Turbigo que se estira desde la plaza de la República hacia la iglesia San Eustaquio, antes de caminar rumbo arriba hacia la colina de Montmartre. Me asombraron varias colas delante de tiendas de ópticos, de prendas o de decoración, así como la despreocupación de la gente en algunas calles de los barrios “bobo”.

Y hoy hice otro recorrido muy temprano, por los distritos II° y III°. El choque surgió delante del escaparate de una librería del bulevar Beaumarchais.

¡Ojalá sigamos con muchos libreros en el mundo después de la pandemia ¡

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Confinad@s (semana #8)

Empezamos la semana con una gran pregunta: ¿Confirman o aplazan el desconfinamiento? Y como la respuesta dependía de las cifras de la pandemia, tuvimos que esperar hasta el jueves y, mientras tanto, preparar más precisamente las modalidades de la vuelta al trabajo.
En mi instituto, confirmaron que mi equipo sigue teletrabajando para los que pueden, y en casa para los demás. Queda claro que la preocupación principal de la dirección es el reinicio de la producción y que todas las energías se enfocan en acoger a las centenas de empleados productores en nuestro campus.
Cualquier petición que no cuadra exactamente con este objetivo resulta inoportuna. Total, pasé horas explicando este contexto y bien veremos en los días que vienen si conseguimos mejoras.

Difícil entonces, pensar que se trata de nuestra última semana de confinamiento.

Yo seguí subiendo por la colina de Montmartre al amanecer y eso me regaló una visión muy rara de un Sagrado Corazón de color rosa.

Escogiendo bien los momentos, pude resolver el tema de las compras sin hacer cola y aproveché el fin de semana alargado para hacer varias caminatas más o menos conformes con las normas del confinamiento.

Para empezar, pasé por el “paraíso de las modistas” y constaté que las tiendas de tejidos y mercería estaban abiertas porque venden los materiales necesarios para fabricar máscaras caseras. De paso constaté que las farmacias del vecindario ya recibieron máscaras quirúrgicas desechables y que proponen 50 máscaras por 40 euros…
Para mantener la moral, visité la tienda de Arnaud Larher en donde encontré varios pasteles riquísimos…
Hoy pasé por la pequeña calle del Norte en donde los vecinos instalaron varios rosales magníficos y, más tarde, por el mercado de L’Olive en donde los comerciantes estaban preparando la vuelta de la próxima semana.
Se ve que todos esperan el desconfinamiento…

Yo no tengo tanta prisa, pero me alegra la idea que ya no tendré que controlar las distancias y los horarios de mis recorridos cotidianos.
Si pude contemplar casi todos los días la ciudad desde arriba, también tengo ganas de pasear por la orilla del Sena o por las calles del Marais. Ya veré como van las cosas mañana con la vuelta al trabajo de todos los parisinos que no teletrabajan…

¡Ojalá el virus no pase por el metro!

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Confinad@s (semana #7)

Mientras esperamos informaciones acerca del desconfinamiento, quise añadir un elemento lúdico a mi entorno profesional: cada mañana de esta corta semana, mandé une foto sacada en el perímetro de un kilómetro alrededor de mi casa e invité la gente a adivinar el sitio presentado o el lugar en donde estaba para sacar la foto.
El lunes, dos personas identificaron el puente de la calle Riquet. El martes, puse la foto de una de las escaleras de Montmartre con una pista en el comentario asociado, y uno de los ingenieros acertó. El miércoles no encontraron de dónde había sacado esa foto del Sagrado Corazón.

Y para bien acabar la semana, hice la misma pregunta con otra foto del Sagrado Corazón y propuse a la tropa de identificar la calle en donde Achbe escribe sus frases en la acera con una tiza blanca. Tuve varias respuestas, pero nadie acertó para ambas preguntas.

El martes fue cuando el primer ministro presentó su plan de desconfinamiento, y nos quedamos con tantas preguntas sin respuestas que eso provocó más inquietudes todavía. ¿Cómo viajar en metro en las horas punta sin máscaras? ¿Cómo evitar un caos de coches y de bicis con atascazo gigante? Y para los que tienen niños, ¿Cómo organizarán la vuelta a la escuela y las comidas de medio día?

A mí me tocó asistir a varias reuniones largas y pesadas, y proponer medidas de desconfinamiento para mi tropa. Pero con más de 80% del equipo teletrabajando, tenemos ya un funcionamiento casi normal y lo único que propuse fue proporcionar material a los que no pueden teletrabajar de momento. No sé si me harán caso, pero me parece la solución más sensata.

Por suerte el largo fin de semana me dio la oportunidad de olvidar toda esta agitación, de enfrentar la fiebre de temporada y de descansar.
El viernes, después de una larga noche, hice un pequeño recorrido por la colina y pasé el resto del día vagueando en casa.
Ayer hice el paseo de siempre y decidí aplazar las compras alimentarias.

Hoy amanecí sin fiebre y subí directamente al Sagrado Corazón.
En la calle de Achbe, no había frase en la acera. Más arriba, una pandilla de policías intentaba entrar en un edificio, pero ninguno de los inquilinos respondía a las llamadas.
Arriba, había una decena de personas contemplando París. Yo sacié mi mirada antes de bajar rumbo al norte.
Me equivoqué intencionalmente de calle y salí un poco del límite de un kilómetro. Luego seguí por algunas callejuelas que tenía olvidadas, y me paré para contemplar varios dibujos. Confieso que también transgredí la amplitud horaria 😊

Y ahora sólo falta regar las macetas antes de seguir con el último libro de Rosa Montero que compré: Los tiempos del odio.
¡Hasta pronto!

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Confinad@s (semana #6)

El hecho de instalarse en un confinamiento a largo plazo cambia las perspectivas. Alguno manifiesta cierto desaliento mientras otro pregunta en general como los demás viven la situación… Yo empecé a hablar de vacaciones con mi adjunta.
Resulta que su pareja trabaja en el ministerio de la cultura y están obligados a tomar cinco días de vacaciones antes del fin del confinamiento. Y a mí me queda un día de vacaciones del 2019. Así que acordamos que ella tomaba el miércoles y el jueves, mientras yo tenía el viernes libre.

Si repetí el ritual de la caminata antes de trabajar, cambié partes de la ruta y me quedé algunas veces un ratito delante del Sagrado Corazón para contemplar las luces del amanecer. Pero la disciplina del teletrabajo no deja mucho tiempo para extraviarse.

Otro cantar fue el viernes, día de vacaciones.
Para empezar, me marché de casa media hora más tarde y cuando llegué a la terraza del Sagrado Corazón, topé con la vecina de la quinta planta. Me contó que, al despertar sobre las cinco, había decidido de subir a la colina con su coche (tiene 82 años) y ya llevaba un ratito contemplando la ciudad.
Ya le enseñé varias fotos de mis madrugadas y quería saber de dónde las había sacadas. Entonces le mostré varios puestos interesantes antes de invitarla a almorzar y de seguir corriendo rumbo abajo.

Ese día traspasé otra vez los límites reglamentarios de los paseos matutinos, abandonando el encanto de la colina para perderme cerca de la estación del Norte y de la estación de metro La Chapelle. Luego pude salir sin prisas para hacer una parte de las compras de la semana.
En medio día, mis vecinos de siempre llegaron y fue un agradable momento compartiendo el almuerzo. Dediqué la tarde a temas personales y por la noche pude perderme en una novela que compré unos meses atrás.

Ayer, hice de nuevo un gran recorrido pasando por la estación del Norte, en donde descubrí una nueva vista del Sagrado Corazón, antes de seguir rumbo al norte por la calle Pajol. El mercado de l’Olive permanece cerrado y no noté mucha vida en el vecindario. Y hoy, repetí casi el mismo camino, pero al revés.

Esta semana, también vimos varias veces un helicóptero dando vueltas encima de nuestro barrio, como si fuera vigilando a la gente. Lo cierto es que se ven muchos coches de policías, pero de momento, a mí no me controlaron.
De momento se celebra el principio del Ramadán, con mezquitas cerradas y distribuciones de comidas para los más necesitados. Y la gente empieza a temer el desconfinamiento.
Por suerte, dentro de poco, tendremos más informaciones acerca de este rompecabezas… Continuará

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Confinad@s (semana #5)

El lunes feriado me dio la posibilidad de hacer mi recorrido cotidiano más tarde y de saborear este momento de paseo en solitario por la colina de Montmartre. También pasé por otras calles que forman parte de este círculo de un kilómetro alrededor de mi casa y descubrí algunas perspectivas interesantes.

Y para levantarme la moral, la clemátide de mi balcón me regaló dos flores suntuosas. Total, pude dedicar el resto del día a seguir mis tareas informáticas personales con alegría.

Luego seguí con el ritmo de siempre hasta el miércoles.
Ese día, por la noche, constaté que la gata estaba enferma. Los síntomas parecían muy graves y con el confinamiento y la dificultad de encontrar a un veterinario, la situación me provocó algo de pánico. Por suerte mi veterinario de siempre había organizado un servicio mínimo reservado a los casos de emergencia y conseguí una cita el jueves en medio día.
La veterinaria que me atendió me tranquilizó muy rápidamente y los análisis complementarios confirmaron su diagnóstico y la ausencia de problema grave. Por supuesto mi gatita tendrá que tragar varias pastillas durante varias semanas, pero ya empezó a recuperar y volvió a pedir caricias y atención.

Sobra decir que este episodio arrasó los ahorros del confinamiento…

Retomé mis paseos de la madrugada, contemplando la ciudad desde la colina de Montmartre, con luna y nubes.

Ayer, por primera vez, después de los aplausos de apoyo a los médicos y enfermeras, el violonchelista que vive en la quinta planta del edificio de enfrente tocó, desde su balcón, algunos compases de la primera suite para violonchelo de Bach. Fue un momento tremendamente conmovedor. ¡Muchas gracias, Patrice Langot!

Hoy confieso que traspasé los límites reglamentarios de los paseos matutinos. Más distancia y más tiempo, pero con gusto pude pasar par la calle en donde abandonaron un decorado de cine, contemplar una plaza de las Abadesas totalmente desierta, entrar en una estación del Norte casi abandonada, caminar por una de las calles del barrio indio y comprar dos pastelitos en la panadería de la esquina.

La verdad es que pasar por todos estos sitios abandonados, provoca la sensación muy rara de formar parte de los últimos supervivientes de algún cataclismo, pero eso desaparece al llegar a mi barrio indisciplinado que tiene una comprensión muy especial del confinamiento y de la distanciación social 😊

Y dicen que el confinamiento se acabará el 11 de mayo. ¿Quién se cree eso?

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