Confinad@s (semana #4)

Esta cuarta semana me regaló nuevos experimentos
Para empezar, descubrí los encantos de las audioconferencias profesionales. Y la verdad es que, con algo de organización, resulta bastante eficaz. Por supuesto, estas sesiones necesitan mucha atención, pero lo que gastas en intensidad, lo recuperas en duración.

También constaté que muchas personas de mi equipo aprecian las fotos que mando al empezar la jornada laboral y los intercambios que provocan contribuyen a mantener la cohesión. Así que últimamente, dedico más tiempo a estos mensajes.
Pero la práctica asidua del pensamiento positivo no borra todos los problemas y bien percibo que el equilibrio de algunos colegas se debilita poco a poco. Algo tendremos que inventar…

Yo ya llevo más de ocho años en mi residencia y a lo largo de los encuentros, tengo dos vecinos que se convirtieron en auténticos amigos.
Total, el pasado lunes, compartimos una botella para celebrar la limpieza primaveral de mi casa y, siempre manteniendo una distancia física de un metro y medio, compartimos un café de vez en cuando.
Yo compro las golosinas de los fines de semana, otro se encarga de una parte de las compras y la tercera cocina platos o pasteles. Ese micro colectivo tiene muchas capacidades y calidades…

.Ayer pude arreglármelas con las compras muy tranquilamente. La única pesadilla fue el sinfín de corredores, soltando sus miasmas a los cuatro vientos sin consideración para los otros ciudadanos…

Hoy aproveché un día sin compromiso para pasear más tranquilamente por la colina de Montmartre. Me marché de casa más tarde y pude disfrutar de nuevo del amplio panorama que el cambio de hora arropó con noche.
En la plaza de los pintores, ya instalaron las estructuras para las terrazas de los restaurantes. Pero nadie sabe cuando podrán recibir de nuevo a los clientes. Unos recodos me regalaron una de las vistas que me gustan.

La calle Cortot seguía dormida, pero varias personas ya estaban caminando cuesta abajo por la calle de los sauces. Yo contemplé la viña y el museo, antes de admirar una glicinia mencionado por un conocido y de dejarme atrapar por los cantos exuberantes de los pájaros que viven en el jardín salvaje de la calle San Vicente.
Luego seguí, rumbo abajo, hacia mi barrio indisciplinado y todavía dormido.

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Confinad@s (semana #3)

Ya empiezo a adaptarme a mi nueva rutina: desayuno, recorrido matutino hasta las siete, ducha, cuatro horas de trabajo entrecortadas una o dos veces, almuerzo, otra sesión de trabajo entrecortada una vez y luego, actividades personales.
Desgraciadamente, por el cambio de hora, todavía es de noche cuando llego en lo alto de Montmartre y el panorama no desprende la misma energía. Pero el ambiente nocturno de algunas escaleras compensa este inconveniente temporal.

Por cierto, a estas horas, no hay mucha gente en la calle y es preciso escudriñar las siluetas del fin de la noche para categorizarlas y guardar la distancia adecuada. Trabajadores de la madrugada, amos de perros, deportistas y a veces un vagabundo, no sé si llego a cruzarme con veinte personas.
Y lo que más me encanta es la posibilidad de escuchar el concierto de los pájaros esperando el amanecer.

Si excepto estos recorridos matutinos y las visitas a la panadería, no salí de casa entresemana.
Otro cantar fue el sábado, a la hora de comprar víveres.

8h30: instalarse como primer cliente esperando la apertura de un pequeño supermercado. Escoger tranquilamente los productos deseados, pagar y seguir hacia la etapa siguiente.
8h50: instalarse como primer cliente esperando la apertura de la tienda de congelados. Escoger los productos deseados, pagar y seguir hacia la etapa siguiente.
9h07: pasar por la farmacia antes de volver a casa para guardar la cosecha de esta primera sesión de compras.
9h37: llegar a la tienda de frutas y verduras y llenar el carrito de compras. Pagar y cruzar la calle para pasar por la pastelería.
9h52: Saludar a doña Larher, escoger algunos dulces para varias personas, pagar y seguir hacia la etapa siguiente.
10h00: constatar que la tienda de mascotas no cumple con sus horarios. Constatar que la cola para entrar en el supermercado del bulevar llega a cien metros. Pasar por casa para guardar las compras y entregar algunos dulces.
10h20: hacer cola delante de la tienda de mascotas para comprar comida para la gata. Escoger varias decenas de latas, pagar y volver a casa, contemplando de paso, las diferentes colas delante de los comercios.

A las once había acabado con este maratón y pude empezar a disfrutar el fin de semana.
En cuanto a la gata, me espera al lado de mi puesto de teletrabajo. Creo que le gusta mucho el confinamiento…

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Confinad@s (semana #2)

Tras una primera semana totalmente improvisada, ya queda claro que serán varias semanas de confinamiento y que toca prepararse un poco más.

El primer problema es el tema del abastecimiento. Mantener las distancias con los demás clientes resulta muy complicado y es preciso elegir cuidadosamente las tiendas y los horarios de salida.
De momento pude comprar casi todo lo que necesito en el supermercado de la otra acera y tengo dos panaderías a menos de cincuenta metros. En cuanto a las frutas y verduras, mi frutero habitual cerró porque tiene problemas de personal, pero encontré soluciones alternativas.
Por cierto, no se trata de las tiendas más baratas, pero por lo menos no hay cola y puedes preservar las distancias.

El segundo problema es cultivar cierto equilibrio mental y eso pasa (en mi caso) por una actividad física mínima.
Durante la primera semana, hice varias marchas alrededor de la colina de Montmartre. Pero el pasado martes, precisaron que los desplazamientos para actividades físicas individuales no pueden durar más de una hora y tienen que caber en un radio de un kilómetro alrededor de la casa.
Total, conseguí el mapa de la zona que me corresponde y dibujé un itinerario que pasa por el Sagrado Corazón y cuenta unos cinco kilómetros. Confieso que contemplar la ciudad al amanecer, aunque sólo sea un minuto, te llena de energía.

El tercer problema es ordenar las actividades del día. En mi caso, la posibilidad de teletrabajar es una auténtica bendición porque da una estructura a las jornadas. Aun así, es preciso separar rigurosamente tiempos profesionales y tiempos personales.

Por cierto, formo parte de l@s privilegiad@s que disponen de un piso individual bastante grande para que el confinamiento no se transforme en pesadilla. Y la gata ya se convirtió en una preciosa asistente.

Otro cantar debe de ser para los desafortunados que los policías controlaron y multaron ayer.
Normalmente, cada sábado, hay mucha gente que viene de las afueras para comprar comida y productos exóticos en el mercado instalado al lado de la estación de metro Barbes-Rochechouart y en las tiendas de mayoristas porque los precios son muy baratos. Pero ayer el prefecto prohibió la instalación del mercado y los policías no escucharon las explicaciones de la gente.

Pasó lo mismo esta mañana, en el bulevar Ornano, en donde cada domingo hay otro mercado relativamente barato.

Yo seguiré aprovechando el confinamiento para trasladar todas las páginas de este blog: seguirá con la misma dirección, un diseño más sencillo y un alojamiento diferente.

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Confinad@s

Este lunes empecé a calcular todos mis desplazamientos y a mantener a mi alrededor un espacio suficiente para evitar el contagio: eso significaba renunciar a los transportes colectivos y caminar. Por suerte, en mi instituto de siempre, me otorgaron una computadora portátil con VPN para que pueda teletrabajar.

Mi primer día de teletrabajo fue el martes.
La primera dificultad fue identificar la situación de todas las personas de mi departamento: algunos no pueden teletrabajar porque no tienen el material adecuado, algunos teletrabajan con herramientas del instituto, otros teletrabajan con su computadora personal, … Y también hay una que está de baja y otra que está de vacaciones…
La segunda fue explicar a la gata que no me quedé en casa para darle un masaje completo 😊

Entre dos sesiones de trabajo, intenté hacer algunas compras. Delante de los supermercados de mi barrio, por la mañana, se veían colas muy largas y renuncié a esperar. Por la tarde, constaté desde mi balcón que ya no había gente en el supermercado de enfrente y bajé para comprar algunos víveres.

El miércoles seguí arreglando todos los pequeños problemas laborales que aparecen cuando transformas por completo la manera de trabajar de la gente. De momento seguimos con varias interrogaciones, pero progresamos.
Ese día conseguí comprar algunos productos congelados que almacené en el congelador del vecino. Y como anda desocupado, se encargó de comprar frutas, huevos y pan. Por la tarde, encontré dos botellas de leche y me tranquilicé.
Ese día, a las veinte, varias personas se asomaron a su ventana para aplaudir a l@s médic@s y enfermer@s que luchan contra la epidemia.

Yo empecé a añorar mis largas caminatas y contemplé las posibilidades para alcanzar mi dosis de kilómetros.
Jueves, no podía más: a las seis de la mañana salí a la calle para caminar alrededor de la colina de Montmartre. Marcha rápida, a solas, demasiado corta, pero algo es algo.
Largas y densas horas de teletrabajo y la buena noticia del día: la tienda para mascotas estaba abierta y pude llenar la reserva de la gata. ¡No morirá de hambre!

El viernes, repetí el paseo de la madrugada, alargando el circuito. La sesión de teletrabajo del día fue muy complicada porque el equipo que tengo en casa no es tan ergonómico como el que tengo en mi despacho, pero sobreviví. Por la noche, a las veinte, los aplausos se hicieron más fuertes…

El sábado, seguí con el paseo de la madrugada. Cerca del metro Barbes-Rochechouart, ya estaban instalando el mercado, pero no me demoré. Comprar pan, caminar rumbo a la tienda de Larher para aguantar el encierro y repasar las actividades pendientes…
Y hoy domingo, si aparto la visita relámpago al supermercado de la otra acera, me pasé todo el día en casa, preparando el traslado de este blog.
La buena sorpresa es que de momento aguanto bastante bien la situación.

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Explorando los límites

Aproveché un atardecer soleado para explorar una parte de la sutil frontera que separa París de las ciudades adyacentes, entre la puerta de Lilas y el canal del Ourcq.

En la puerta de Lilas, la zanja del periférico se vuelve invisible. Complejo de cines, por un lado, jardín de barrio por otro, uno olvida que está traspasando el límite más evidente entre el interior y el exterior de la capital. Y eso resulta perfecto ya que el territorio parisino incluye la calle que bordea el exterior del periférico.
Así los promotores inmobiliarios pueden proponerte un piso que se halla en la frontera de las afueras, pero con una dirección del distrito XIX y el precio del metro cuadrado correspondiente…

En la puerta de Lilas no es muy grave porque la comunicación entre estas direcciones y el centro de París es muy fluida. Pero más adelante, al seguir rumbo abajo hacia la puerta de Chaumont, la situación resulta totalmente diferente.
En esta parte del distrito XIX, alcanzar el resto de la capital supone pasar por uno de los túneles que comunican las puertas de París. Así que oscilas entre la identidad parisina oficial y la cercanía del elegante “Pré Saint Gervais”.

A partir de la puerta Chaumont, la sensación cambia completamente porque instalaron un jardín a la orilla del periférico. Si no se oyera el zumbido del periférico, el sitio casi parecería bucólico.

Luego la puerta de Pantin desvela otro paisaje: campo de deporte, gimnasio y viviendas estudiantes, por un lado, inmuebles de oficinas y residenciales por otro. En medio de esos, una calle y el tranvía que franquea el canal para llevarte a la ciudad de las ciencias y la industria. Y la silueta de los antiguos molinos de Pantin.

Después de esta caminata, subí en el tranvía para volver a casa.
De paso pude constatar que cerraron el muelle de la Gironde por obras, pero sospecho que se trata de la manera políticamente correcta de impedir la instalación de campamientos de migrantes. También evacuaron el campamiento que se hallaba en la Puerta de la Chapelle, así como la colina de la droga. Ahora se ven hombres rondando solos, en busca de algún rincón abrigado para dormir a salvo de la lluvia.

En la puerta de la Chapelle también noté la progresión de las obras de construcción. Los altos edificios nuevos taparon una de las pocas perspectivas que teníamos. Ahora el horizonte se hace cada día más cercano.
No sé si conseguirán acabarlo todo para los juegos del 2024, pero lo cierto es que están transformando radicalmente los barrios populares del Norte…
¡Me ahogo!

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