Las ranas se volvieron locas

Descubrí por casualidad (en la panadería) que esta semana tocaría una ola de frío siberiano. Me anunciaron 15 grados bajo cero, pero pronto se convirtieron en 6 grados bajo cero al consultar la web de Météo France (las ranas galas). Aun así, empecé a preocuparme por las plantas de mi balcón y compré las telas necesarias para protegerlas.

Dediqué la velada del domingo a envolverlas e incluso recluté a uno de mis vecinos para mover las macetas más grandes. Y después de dos horas de agitación, consideré que ya era suficiente e invité al vecino a cenar.

El lunes al amanecer el termómetro de mi balcón marcaba cero grados. Todo fue cuestión de escoger la ropa adecuada para superar la primera prueba de la semana. Y el martes, con dos grados bajo cero, fue casi igual.

Habían anunciado que el miércoles sería el día más frío de la semana y efectivamente todos los accesorios eran necesarios para no acabar congelados. Al pie del Sagrado Corazón no se veían muchos turistas y en varios sitios, los empleados del Municipio estaban echando sal sobre las calzadas.

La temperatura siguió bajando y todos estábamos esperando la llegada de la nieve.
Al anochecer los sin techo instalados en la orilla del canal Saint Martin estaban reunidos alrededor de varios fuegos. Más lejos vi pasar el autobús de recogida social y estaba lleno de gente en busca de un refugio nocturno.

La nieve llegó por la noche y descubrí la manta blanca al despertar. Cuando llegué al bulevar, no había resistido a la sal de la calzada y no impedía el tráfico automóvil. Tuve ganas de viajar con mi autobús de siempre y mientras esperaba, jugué a dejar huellas de mis zapatos en la nieve de las aceras. Luego necesité todo el viaje para calentarme…

Luego la temperatura volvió a subir y al atardecer casi no quedaba nieve en las calles. Total, pude volver caminando. Y desde el viernes vamos con la decena de grados de temporada y con lluvia.

Por suerte los días empiezan a alargarse y los pájaros volvieron a cantar…

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Trocito de prensa

Suelo dedicar una noche por semana a dar clases de iniciación a las herramientas digitales en una asociación de mi barrio. Nuestros alumnos son adultos que necesitan ayuda para arreglárselas con todos los trámites que se hacen en internet y vienen para descubrir el mail, las redes sociales o las webs de los servicios públicos… Y para los más avanzados se trata de empezar con el procesador de textos o las hojas de cálculo.

La mayoría tiene un nivel escolar básico.
Muchos están buscando trabajo y los que tienen un empleo enfrentan jornadas muy duras.
Hay gente de todas las edades, desde el treintañero que ya controla perfectamente todas las posibilidades de su móvil, hasta el septuagenario que quiere usar Skype para seguir en contacto con sus nietos.
Y en medio de todas estas expectativas, dos empleados y una decena de voluntarios intentan compartir sus conocimientos.

A mí estas sesiones me regalaron muchas cosas.
Para empezar, descubrí una serie de ejercicios para que los grandes principiantes puedan controlar el teclado y el ratón, así como procesos de divulgación.
Luego también descubrí trámites que nunca tuve que hacer como apuntarse al paro, pedir ayuda o solicitar un empleo… Y la verdad es que descubrí procesos que me parecieron muy complicados.
Y el mejor regalo es la sonrisa de la persona que descubre que no hay edad para aprender y progresar y constata que es capaz de hacer muchas cosas nuevas.

Esta semana nos tocó otro regalo: el gran diario “le monde” dedicó un artículo a nuestra modesta asociación a donde vienen “los migrantes que quieren conquistar su autonomía numérica”.

Curiosamente nunca había considerado que nuestros alumnos eran migrantes.
Yo siempre vi a unas personas con historias muy diferentes y procediendo de varios países. (Incluso di clases en español a un uruguayo que pasaba por allí.)

Por cierto, el artículo provocó muchas llamadas de personas que quieren apuntarse a las clases. A ver si también llegan algunos voluntarios extras.

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Probando…

Ya se acabó el episodio de nieve y podemos de nuevo caminar por las aceras sin resbalar.
Aproveché esta mejora meteorológica para visitar en medio día una librería que se halla en la calle de Bagnolet y cuyo nombre, “Le Merle moqueur” (el mirlo burlón), evoca una canción asociada a la Comuna de París.
Instalada en un antiguo taller, la tienda cuenta con varios espacios. Nada más entrar uno descubre la parte dedicada a la literatura. A continuación, la nave y su techo de vidrio albergan alcobas temáticas. El lugar es muy agradable y uno puede pasar horas escudriñando los mostradores.
Yo buscaba una obra de Svetlana Alexievich así que me mandaron a la alcoba dedicada a la historia y a las estanterías del siglo XX. Pero poco después, el librero vino a verme y me explicó que cuando la señora consiguió el premio Nobel de literatura, habían cambiado sus libros de sitio. Me pareció gracioso pero las obras de esta señora, entre sociología, historia y literatura, son difíciles de clasificar y por eso me gustan. Cambié de zona, pero desgraciadamente no tenían la obra que buscaba. Sin embargo, vi muchas cosas muy interesantes y me costó mucho limitar las compras a un solo libro.

Ayer aproveché un sol primaveral para hacer un gran recorrido que me llevó a la calle de Bretagne y al mercado de los niños rojos. No sé si fue por las ansias de sol o por los últimos días de rebaja, pero había gente por todas partes y no pude disfrutar el té de menta de siempre. Yo visité algunas tiendas sin convicción y resistí una vez más a todas las tentaciones.

Hoy desperté con la idea de encontrar batería para mi reloj-podómetro. Visité el supermercado de siempre, un estanco y la tienda de enfrente pero no encontré lo que buscaba. Así que miré en internet y constaté que tenían cincuenta baterías en una tienda de bricolaje cerca de Beaubourg. Fui allí caminando, pero cuando llegué a la zona de las baterías, no veía el producto y e vendedor dominguero tampoco sabía donde encontrar el producto que me interesaba. Finalmente, otro dependiente me regaló la solución y pude seguir paseando.

Pasé al lado de la Canopée y vi que todas las tiendas estaban abiertas. Al pie de Saint Eustache, constaté que las obras de acondicionamiento del nuevo jardín progresaron y que los parisinos ya se apropiaron estos espacios.

Luego seguí caminando rumbo al Louvre para descubrir lo que los servicios de correos llaman RPU (agente postal urbano), y encontré este servicio en la caja de un supermercado.
En cuanto al magnífico edificio que albergaba la antigua oficina de correos de la calle du Louvre, permanece cerrado por obras y tendremos que esperar el fin del año 2019 para saber si supieron conservar el alma de este espacio.

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¡Nieve!

Los primeros copos de nieve aparecieron el pasado lunes al atardecer. Los árboles del jardín que se halla al pie de mi oficina se vistieron de blanco, pero pensamos que sólo sería un momento.
El martes al amanecer pude hacer una gran parte del recorrido que me lleva a la oficina caminando. Pero otro cantar fue cuando salí del trabajo ya que la nieve ya había invadido las aceras. Cuando llegué a mi barrio, seguía nevando y la capa de nieve ya alcanzaba varios centímetros. Había poca gente en la calle y todos íbamos con prisa rumbo a casa.
En la radio anunciaron que varias centenas de personas estaban bloqueadas por la nieve en la ruta N118…

El miércoles salí muy temprano para pisar la gran alfombra blanca. En la calle Dejean, uno de los comerciantes ya estaba barriendo su trozo de acera para eliminar la nieve. Pero como los demás permanecían cerrados, el resto de las aceras se quedó con su capa blanca. En la estación de autobús, no anunciaban los horarios así que seguí caminando, contemplando el efecto de la nieve en las ramas de los árboles. En el bulevar se veían pocos coches y pocos locos caminando.
Yo seguí rumbo a la plaza de la República porque quería verla con su manta blanca.

Luego viajé en metro porque caminar en estas condiciones necesita mucha atención y ya tenía mi cuenta de caídas. Cuando llegué a la oficina empezamos a contar a los que se habían quedado en casa y para algunos activaron la posibilidad de teletrabajo.

Cuando volví a casa, constaté con alegría que los niños habían invadido las calles de mi barrio y estaban jugando con la nieve. Pero al visitar el supermercado, encontré estanterías vacias porque no habían entregado las mercancías…

El jueves caminé hasta la estación del Este. Las calles ya no tenían el mismo encanto y en varios lugares el suelo estaba resbaladizo. Por suerte pronto llegó un autobús cuyo chofer no tenía miedo de conducir con la nieve. Pasé un rato muy divertido contemplando como jugaba con la calidad del suelo para derrapar un poquito.

El viernes, el tema de la nieve se hizo mucho más fácil. Yo pude recorrer casi sin problemas los ocho kilómetros que me separan de mi instituto y quisiera agradecer a todos los porteros que gastaron tiempo y energía para despejar la nieve en las aceras. También quiero maldecir a los bancos que no cumplieron con esta tarea: sospecho que esperaban vender más contratos de seguros…

Hoy, teníamos unos diez grados y la nieve desapareció por completo. Los turistas volvieron a la colina de Montmartre y yo fui a ver una exposición dedicada a Jean-Pierre Jeunet, director de la película Amélie. Me encantó ver el enano de jardín y las fotos de sus viajes.

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El caos de las bicis

Llevo varias semanas descubriendo bicis casi abandonadas en algunos puntos improbables de mi recorrido matutino.
Encontré la primera bici más de un mes atrás. Este objeto verde llevaba la etiqueta Gobee.bike y pronto entendí que se trataba de una bicicleta de alquiler, geolocalizada, sin aparcamiento fijo. Al llegar a casa busqué informaciones y noté que para usar estos aparatos era preciso instalar una aplicación móvil y darle el número de tu tarjeta de crédito. Por este último detalle, decidí que no probaría este nuevo servicio. Y el examen de los precios (50 céntimos por media hora) reforzó esta decisión.

Luego vi que algunos niños de mi barrio estaban usando unas de estas bicicletas, pero pronto me pareció que las estaban destrozando. Y al día siguiente vi efectivamente varias bicicletas inutilizables y abandonadas en las aceras.

Descubrí otra marca de bicicletas de alquiler justo al lado del parque des Buttes-Chaumont. Estos objetos amarillos pertenecerían a una empresa china que se llama Ofo. Y para acabar me paré a mirar las bicis de Mobike cuyas ruedas tienen un diseño relativamente original.

Todas estas ofertas sin aparcamiento fijo cultivan la idea de libertad de movimientos, pero si las usas regularmente resultan mucho más caras que el modesto abono de Velib. Además, son bicis que no tienen velocidades como si París no tuviera varias colinas…

De momento, estas nuevas empresas tienen que enfrentar varios problemas. El primero es un alto nivel de vandalismo que desanima a los equipos. Además, las bicis no tienen la calidad de los Velib y se quiebran fácilmente (uno de mis amigos me dijo que no aguantan un peso superior a 85 kilos). También dicen que algunos usuarios se apoderaron de sus bicis, aparcándolas en casa o en la oficina para no tener que buscar otra.

Y como si fuera poco el ayuntamiento contempla la posibilidad de pedir una tasa a estas compañías por su ocupación del espacio público 🙂

Yo seguiré caminando y esperando que la sociedad que ganó la licitación de los Velib acabe la transformación de las estaciones y ponga las nuevas bicis, incluyendo los modelos con asistencia eléctrica.

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