Otoño…

El lunes enseñé el cementerio de Montmartre a un amigo. En este gran espacio lastimado por la construcción del puente de la calle Caulaincourt, varias personas estaban arreglando las tumbas mientras los empleados estaban recogían las hojas muertas. Hice una gran vuelta contemplando los colores otoñales de los árboles y saludando los gatos, auténticos dueños de este lugar.

Al día siguiente, pasé al pie del Sagrado Corazón y me encantaron los colores otoñales de los árboles del jardín Louise Michel.

Por la tarde, caminando tranquilamente rumbo al nordeste, descubrí una librería-café-restaurante en el número 108 de la Avenida de Flandre. El sitio propone por un lado una selección muy correcta de libros y por otro hay mesitas para comer o tomar un café. Con gusto disfruté este momento de tranquilidad.

Más arriba, al llegar al extremo Oeste del parque de la Villette, noté un cartel indicando la dirección de una lanzadera fluvial gratuita para ir al centro comercial “Le Millénaire”. Eso picó mi curiosidad e hice cola para el viaje en barco.
Aunque corto, el trayecto me dio la oportunidad de descubrir una zona que están transformando para crear oficinas y viviendas. Luego visité el centro comercial y pude apreciar su diseño. Cuenta con dos niveles de tiendas, pero el uso de pasarelas para comunicar las tiendas de la primera planta deja ver el cielo y así la gente no se siente tan aplastada como en otros sitios.
Sobra decir que aquí encontré las tiendas de siempre pero también noté que varios locales quedaban desocupados.
Indagando en la prensa, descubrí que el centro fue inaugurado cinco años atrás y que, al principio, no consiguió el éxito esperado. Ahora alberga unas tiendas baratas que atraen a la población del vecindario y el desarrollo de los transportes públicos también mejora la situación. Ya veremos cómo van las cosas cuando acaben las obras.

Hoy tocaba recorrer el mercado de las pulgas con dos mujeres bonaerenses.
En varios rincones, hiedras y parras virgen lucían sus colores otoñales. Noté algunos cambios de mercancías en las casetas del mercado Vernaison y en la segunda calle del mercado Biron. Pero el mercado sigue atractivo para todos los que buscan algún detalle para decorar su casa. Mis acompañantes encontraron unos dibujos de moda de los años 1930 y yo contemplé un momento un canario que no paraba de cantar.
No sé cómo se comportarían las gatas si volviera a casa con un pajarito…

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El circo Romanès

El circo Romanès forma parte del paisaje parisino.
Años atrás, estaba instalado en una parcela desocupada cerca de la plaza de Clichy. Tuvo que marcharse cuando empezaron el programa de construcción en esta manzana y pasaron unos meses cerca de la puerta de Champerret en el distrito XVII.

En junio de 2014, el municipio de París otorgó al circo un permiso de instalación de 36 meses, en un pequeño parque que se halla cerca de la Porte Maillot y, desgraciadamente, en el territorio del muy selecto distrito XVI.

En junio de 2015 fue cuando el circo Romanès se instaló en este sitio y entonces tuvieron que enfrentar problemas de todas clases.

Para empezar, personas mal intencionadas entraron en el campamento. Quebraron ventanas y puertas, destrozaron la conexión de red y estropearon varios cables eléctricos. Otros “visitantes” robaron trajes, fotos e instrumentos de música…

Luego, varias asociaciones de este barrio armaron acción en justicia para conseguir la expulsión del circo. Y no faltan los abogados para ayudar estas asociaciones.

Y como si fuera poco, el grupo enfrenta diariamente señales de racismo ordinario. Así una habitante se quejaba de que ya no se veían gatos en el vecindario porque los cíngaros suelen comerlos…
Doña Romanès no se dejó impresionar: armó una petición para apoyar el circo y consiguió 16000 firmas entre las cuales una lista impresionante de artistas y políticos.

Pero eso no ayudó a preparar el nuevo espectáculo. El circo empezó a tener dificultades financieras y armaron una colecta en internet para conseguir el dinero necesario para seguir adelante.

Ni firmé la petición, ni participé a la colecta. Pero esta tarde caminé rumbo al distrito XVI para asistir al espectáculo.

Por una veintena de euros pude ver una función de bailarinas, malabaristas y acróbatas con orquestra incluido, durante hora y media. Fue una generosa perfusión de alegría.
Cuando se acabó, pudimos comprar uno de los libros de Alexandre Romanès, titulado “un pueblo de paseantes” y publicado por el prestigioso editor Gallimard.
Así que quedó claro que había más cultura y más inteligencia dentro del circo que en su vecindario.

Para los que pasan por París, aquí dejo la dirección de la página del circo.

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Una tarde en el jardín de las Tullerías…

El jueves fue cuando empezó la Feria Internacional del Arte Contemporáneo (FIAC).
La exposición principal se halla en el Gran Palacio en donde 189 expositores presentan obras de todas clases, pero también hay exposiciones fuera de este prestigioso recinto.
En la radio comentaron el acontecimiento y mencionaron una obra particular: un iPhone instalado encima de unos huevos de pollos… Confieso que eso no me animó a pagar los 35€ de la entrada. Pero ayer tuvimos un día soleado muy agradable y eso me dio ganas de pasear por las zonas de acceso gratuito y, entre todas las posibilidades, escogí el jardín de las Tullerías.

Pasé primero por las tiendas del Carrusel del Louvre y cuando volví al aire libre al lado del arco, me impresionó la cantidad de gente paseando por la avenida central del jardín: se veía un sinfín de gente ocupando cada metro cuadrado. Pero no me desanimé y seguí adelante.

La primera obra que vi se hallaba en un camino lateral y se parecía a un cubo monumental con espinas, como un erizo. La segunda obra combinaba varias máscaras de metal, pero había demasiada gente para acercarse así que preferí sentarme un rato al lado del primer estanque mientras un gran grupo se marchaba de la avenida.

La tercera obra que vi representaba un grupo de personas formando un círculo y mirando algo en el centro. Por cierto, no se podía ver lo que había en el centro y eso picaba la curiosidad. Cuando me acerqué un animador cultural explicaba la intención del autor y como uno tenía que entender esta obra, pero este intelectualismo me fastidió y seguí caminando.

La cuarta obra tenía cinco partes, constituidas de tubos de aluminio pintado, y representando gigantes. Si lo dicen…

Pasé sin pararme delante de carteles de imágenes y textos y llegué a la siguiente instalación. Allí vi tres cubos constituidos de pilas de somieres metálicos. Caminando alrededor de la obra, uno descubría, por casualidad, efectos gráficos interesantes…

Pero la obra que preferí fue indudablemente esta torre que me hizo pensar enseguida a la torre de Babel.

Después de mirarla detenidamente, dejé de buscar las demás obras de la FIAC. Pasé por la escalera en donde se halla una de mis esculturas preferidas y tras esta larga caminata volví a casa con alegría.

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Paseando…

El pasado viernes pasé por el mercado Saint-Pierre, al pie del Sagrado Corazón y varias evoluciones me llamaron la atención.
Para empezar, constaté que se acabaron las obras al pie del edificio de la compañía Weill. Antaño este espacio estaba cerrado al público y ahora alberga almacenes.
La marca de prendas instaló una pequeña tienda en donde propone productos a precios reducidos. Ee el resto de la planta baja se ve una espaciosa tienda dedicada a las cortinas y tejidos de categoría. En este comercio bautizado “universo del sueño” también acondicionaron la planta sótano y supongo que presentarán camas et colchones de todas clases, pero de momento no instalaron los productos.
En la calle Pierre Picard, transformaron una tienda dedicada a los accesorios de cortinas en proveedor de lana, agujas y demás material de hacer punto. Y las demás tiendas de cupos y mercerías mejoraron el aspecto de sus escaparates.
Pasé por varias tiendas, pero tendré que ahorrar un poco antes de comprar el lino de mis próximas cortinas 🙂

Hoy la sociedad parisina de animación y manifestación organizaba un mercadillo en la calle Caulaincourt. Recorrí la instalación por la mañana y constaté que había menos vendedores que en otras ocasiones, con una mayoría de anticuarios. De paso, vi varios armarios parecidos al mueble que compré el pasado verano y me impresionó la diferencia de precio: 100€ en Borgoña se convierten en 400€ en París. Así que seguí rumbo al jardín des Deux Nèthes.

Este sitio se halla muy cerca de la plaza de Clichy.
Inicialmente, dos callejones sin salida delimitaban una parcela de pequeñas construcciones insalubres. En 2003 fue cuando crearon la primera parte del jardín, cerca de la avenida. La segunda parte fue inaugurada en 2005.
Este jardín largo y estrecho es muy representativo de las parcelas de esta zona y proporciona una zona de tranquilidad apreciable al lado de la avenida de Clichy y de su intenso tráfico automóvil.
En el fondo de la parcela, los socios de una asociación cuidan un pequeño jardín compartido.

El callejón des Deux Nèthes y sus pequeñas casas tienen un aspecto muy campestre. En el otro lado, se halla el callejón de la Defensa, más urbano. Destacan un restaurante y un espacio dedicado a la fotografía, bautizado “Le Bal” porque en otros tiempos este sitio albergaba un baile. Hoy no tenía ganas de visitar una exposición, pero sé que tengo que volver allí…

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La mujer de la esquina

Cuando iba de compras al supermercado desde mi piso anterior, solía ver, en la acera del almacén, una mujer de veinte años y pico, blanca de piel, vistiendo pantalones ajustados y luciendo un largo pelo moreno llegando hasta sus nalgas.
Idas y vueltas en la acera, mirada atenta controlando su entorno… su actividad quedaba relativamente evidente. Pero parecía controlar la situación y vivirlo sino bien, por lo menos sin problemas.

Cuando me mudé, dejé de pasar por el trozo de acera de esta señora.

En algunas partes de mi nueva calle la prostitución tiene otra cara.
Por un lado, chicas jóvenes “importadas” de África, “condicionadas” e “instaladas” en la acera. Oficialmente tienen más de 18 años, pero algunas caras apenas parecen 15 años. Pocas se quedan más de unos meses. Cuando engordan con la alimentación occidental o dejan de ser atractivas por cualquier razón, desaparecen y llega otra tropa de jovencitas.
Por otro lado, se ven chicas más maduras con ya meses o años de experiencia y que, a duras penas, trabajan durante la noche. Yo escucho sus peleas de vez en cuando y cruzo a algunas naufragas cuando voy a trabajar.
Cuanto más jóvenes las chicas, cuanto más cerca del bulevar y de día.

La mujer que recorría la acera del supermercado tuvo que abandonar este espacio. No sé si fue por las multas o por la competencia de las chicas de la calle Labat, lo cierto es que ahora se instaló en la esquina de mi calle.
Si supo conservar un cuerpo bonito, tuvo que cortar la mitad de su largo pelo y la piel de su cara desvela que se enfermó algunas veces.

Yo suelo verla los sábados. Llega a las once en punto y trabaja hasta las cuatro de la tarde. Pero la mujer de la esquina me parece cada día más tristona.
Unos meses atrás, vi que un viejo africano de sus amigos la invitaba a tomar un café para que le contara sus penas.
Y desde la vuelta de las vacaciones es peor todavía. Cuando empieza a trabajar por la mañana del sábado, parece muy nerviosa y tras unas horas esperando, le cuesta contener sus lágrimas.

A veces tengo ganas de imitar al viejo africano y de regalarle un café, pero no sé si le vendría bien.
Y mientras tanto recuerdo la canción que Edith Piaf dedicó a las mujeres de vida alegre…

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