“Grand Train”

A tres bocacalles de mi casa, la sociedad de ferrocarriles del Norte instaló en 1845 un gran espacio para aparcar y mantener las locomotoras. A lo largo de los años este espacio fue remodelado y en los 1960s, una gran parte de los depósitos fue destruida para construir un conjunto de edificios de viviendas. Los talleres fueron transformados para adaptarse a las nuevas locomotoras, pero la actividad fue poco a poco trasladada hacia otros lugares y este espacio industrial fue cerrado a principios de 2013.

En mayo de 2015, un colectivo bautizado “Ground control” invadió los talleres abandonados para crear un espacio recreativo que funcionó hasta el mes de octubre. La sociedad de ferrocarriles y el colectivo se asociaron para repetir la experiencia y así fue como, en 2016, apareció “Grand train”.

Yo no suelo visitar los últimos sitios decretados como de moda e ineludibles. Pero este espacio se halla muy cerca de mi casa y ya son muchos los debates acerca del programa de construcción que harán en esta parcela. Así que quince días antes de la cerradura otoñal, visité este espacio.

Nada más pasar el control al nivel de la calle, tuvimos que bajar para llegar al nivel de los antiguos talleres.
Primeras trampas para los visitantes esperados en este sitio: un vendedor de frutas y legumbres supuestamente ecológicos, otro de quesos producidos a tan sólo 200 kilómetros de París y una librería…

Yo entré enseguida en la gran nave en donde lo paseantes podían admirar una decena de locomotoras. Luego llegué a un espacio en donde habían instalado tumbonas en medio de los carriles. A mano derecha, habían transformado un espacio parecido en jardín.
Al final de esta primera parte, había gente vendiendo prendas de segunda mano al lado de un sitio de asado humeando.

Entré en otra nave en donde presentaban maquetes de trenes y llegué a un segundo patio bordeado de locales en donde comer o beber. Desde este punto pude entrar una tercera nave en donde organizaban otra venta de prendas de segunda mano entre dos filas de locomotoras.

El patio siguiente, punto extremo del espacio, también albergaba sitios para comer y beber. Yo di media vuelta rumbo a la entrada del sitio.
Cuando salí ya había una larga cola de personas esperando para entrar. Y como contaban las salidas, entendí que controlaban el número de personas presentes en las instalaciones.

Si tuviera que resumir mi visita diría que me impresionó la cantidad de locales para comer y beber. Los precios me confirmaron que el sitio fue concebido por los “bobos” (burgueses bohemios) y si aparto la exposición de locomotoras y el tamaño impresionante de las naves, lo demás no tiene mucho interés.

A ver como el programa de construcción transforma esta zona…

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¡108675 pasos!

Esta semana aproveché un atardecer soleado para pasear por el distrito 20, en la zona de la calle des Vignoles.
Esta calle muy antigua comunicaba varios callejones sin salida muy estrechos en donde uno podía contemplar antiguas y modestas viviendas obreras, mal mantenidas y en algunas partes totalmente insalubres.
En esta zona “rebelde”, no repitieron los errores que hicieron en la zona Saint Blaise, con torres gigantes y calles deshumanizadas. Cuando la renovaron, conservaron la red de callejones y construyeron viviendas sociales de dos o tres plantas, con jardines incluidos. De momento no pasé por todas las calles de esta zona, pero lo que vi esta semana me alegró. Por cierto, no sé si me gustaría vivir en la planta baja con acceso directo a la calle. Pero imagino que para unos cuantos esto es una real mejora de sus condiciones de alojamiento. Por suerte, de momento, no cerraron estos callejones y uno puede contemplar estos ensayos arquitectónicos. ¡Ojalá siga así!

El martes, encontré en mi buzón un papelito de mis nuevos vecinos, invitándonos a tomar un chato el viernes para celebrar su instalación. Yo tenía la sensación rara que ya conocía a esta señora y que ya había estado en su antiguo piso para una reunión de voluntarios de “ParisGreeters”. Y Chloé me confirmó este acontecimiento. Pero también me contó que, con dos niños, ya no tenía tiempo para pasear con visitantes. La buena noticia es que todos mis vecinos son muy civilizados 🙂

Ayer tocó pasear por el distrito 12, rumbo a la avenida Daumesnil, para preparar una sesión de bricolaje. De paso, reconocí la tienda en donde había comprado mi antigua bici años atrás. Con el desarrollo de la bicicleta, la modesta tienda se transformó y ahora ocupa mucho más espacio. Pero también tiene nuevos competidores.

Hoy hice una caminata rumbo al centro de París. El domingo por la mañana, pasear mientras la ciudad despierta es un auténtico placer, y más cuando se celebra el día sin coche.
Ni fui a la fiesta de los jardines, ni visité los mercadillos del día. Pasé todo el santo día instalando un programador de calefacción y de momento no funciona como lo quiero.
¡Mañana será otro día!

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Visitas…

El lunes por la mañana, conseguí escaparme de la oficina para pasear por la colina de Montmartre con una pareja argentina. Mis visitantes tenían muchas preguntas acerca de la situación económica francesa y tuvimos una larga conversación muy interesante.

El martes tocaba participar a una reunión en la fortaleza de Bercy (así es como llaman la sede del ministerio de hacienda) y la visión de todos estos oficinistas con sus trajes grises me desesperó una vez más. Al salir pasé por la calle Crémieux en donde los edificios tienen colores pastel que alegran la manzana.

El jueves, los sindicatos convocaron de nuevo una manifestación para protestar contra la reforma laboral y cuando pasé por la plaza de la República para volver a casa, me impresionó la cantidad de furgonetas de policía estacionadas en su periferia. En el bulevar Magenta, los policías se desplazaban por todas partes con las sirenas puestas, provocando sin razón un atasco importante.

Este fin de semana se celebraban las jornadas del patrimonio. Confieso que la idea de hacer cola para las visitas me da pereza pero noté que había un sitio a cien metros de mi casa y fui a ver cómo iba la cosa.
Cuando llegué, la puerta estaba cerrada. Toqué el timbre y un estimable señor me dijo que la visita ya había empezado pero que me mandaba alguien para que pueda reunirme con el grupo.
Desde la calle, la fachada se parece a un edificio normalito, pero no tiene vida y nunca vi habitantes. Nada más traspasar la puerta, uno descubre un patio bastante grande y mi acompañante me explicó que el edificio que bordea la calle alberga instalaciones eléctricas que funcionan. El edificio del fondo de la parcela ya no sirve y fue confiado a la asociación “Memoria de la electricidad, del gas y de las iluminaciones públicas”.
Mi acompañante me llevó a la tercera planta en donde el grupo escuchaba atentamente a otro señor que estaba presentando los diferentes modelos de faroles instalados en la capital. Me impresionaron las piezas de vidrio de algunos modelos tan como la colección de bombillas ocupando varias estanterías. También noté un radiador de vidrio muy antiguo, pero de diseño muy moderno.
Bajamos rumbo a la segunda planta en donde dos nuevos anfitriones relataron rápidamente la historia de la instalación de la electricidad dentro de París y nos enseñaron varias generaciones de transformadores. Confieso que los antiguos cortacircuitos me impresionaron.

En la primera planta, pudimos admirar una colección impresionante de contadores de electricidad y otra colección más modesta de contadores de gas.
Necesitamos casi tres horas para ver todos los tesoros reunidos por estos apasionados y ahora sé lo que se escondé detrás de la fachada enigmática de este edificio de mi calle. 🙂

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Volviendo a la normalidad

Con la vuelta de los niños a la escuela, se acabaron las vacaciones y ya tuvimos varias ocasiones para contarnos mutuamente nuestras hazañas veraniegas. Ahora toca volver a la normalidad y aproveché todas las oportunidades para pasear por varios sitios.

Para empezar, seguí explorando la parte del distrito 20 que se halla alrededor de la plaza de la Reunión, escapándome una primera vez con el escritor Alexandre Dumas y luego por la isla de Terranova. En esta parte de París, todavía se ven antiguas construcciones de una o dos plantas. Las primeras rehabilitaciones urbanas produjeron densificaciones exageradas y ahora los nuevos programas respetan más el contexto inicial.

También hice un largo recorrido desde la plaza de Italia, rumbo al norte de París. En la calle Claude Bernard encontré un cartelito muy divertido: “Aquí vivió un gato que dedicó su vida a mirar por la ventana a los que leen este cartel”. Con gusto me paré un rato más por si este gato tiene un sucesor.

Cuando llegué al jardín del Luxemburgo, constaté que la diversidad social no tiene la misma definición en todos los distritos, y me dejé caer rumbo al Sena, por este gran bulevar que se parece cada día más a una galería de centro comercial.
Al cruzar el Sena, vi uno de los “bateaux-mouches”, parado cerca de la orilla mientras dos barcos de transporte de mercancías pasaban debajo del puente. Cuando llegó su turno, volvió al centro del rio para pasar debajo de los puentes. No imaginaba que había tanto trafico fluvial.
En la orilla, todavía quedaban elementos de París playa. A ver si la alcaldesa cumple lo que anunció y transforma la autopista urbana en espacio de ocio para los parisinos…

Esta semana también volví a usar los velibs. Temprano por la mañana, pude llegar sin problemas hasta mi oficina. Otro cantar fue el viernes por la noche. Sin conseguí fácilmente una bici, encontrar un sitio en el centro de París para aparcarla se transformó muy pronto en pesadilla. Renuncié y experimenté la convivencia muy cercana con los taxistas en el interminable bulevar de Sebastopol.

Hoy había un mercadillo al lado de mi casa. Cerraron un parte de la calle de Clignancourt y de la calle Ramey y los vecinos pudieron desplegar sus trastos en la acera. Buena temporada para las familias que aprovechan estas circunstancias para conseguir ropa y material escolar baratos para los niños, mala temporada para los que buscan muebles u objetos de decoración.
Sin embargo, yo encontré un lote de tres cajitas por 10€. A ver si encuentro un sitio para guardarlos o si los regalo al azar…

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Regreso

Al salir de la estación de Bercy, tuve la grata sorpresa de encontrar un taxi enseguida así que me libré de las molestias del viaje en metro. Luego mi primer día parisino fue totalmente dedicado a poner todo en orden antes de volver a trabajar.

El martes por la mañana, retomé el camino de la oficina en bici y si el tráfico automóvil me pareció más importante que en agosto, tuve la sensación que mucha gente todavía estaba de vacaciones. Otro cantar fue el jueves por la mañana, cuando empezaron las clases y de momento dejé de usar las “Velib”.

Mis primeros días en la oficina no me dejaron mucho tiempo para recorrer la ciudad, pero el sábado pude ponerme al día.
Este día tocaba hacer un recorrido por el centro de París con una pareja mexicana, desde la zona de la ópera, rumbo a la plaza de la república. Así que tuve la oportunidad de mirar las evoluciones a lo largo de este recorrido.
Por un lado, están reformando el suelo de la galería Choiseul, por otro acabaron la reforma de un parte de la galería Vivienne. En el centro de París, desmontaron une parte de las casitas prefabricadas que albergaban los obreros. Si todavía no podemos admirar la perspectiva entre el bolso del comercio y la Canopea, se nota que entramos en la última fase de las obras.
Acabamos en el mercado de los niños rojos, a tope de clientes por el tiempo soleado.

Mientras compartíamos un té de menta, mis acompañantes evocaron lo que querían visitar antes de marcharse de París el martes por la mañana y entre otras cosas mencionaron la colina de Montmartre. Me caían bien y no tenía prisa así que propuse un traslado rumbo a Montmartre en autobús.

Empezamos el recorrido en la zona de tiendas de tejidos antes de pasar por la calle de las abadesas y de subir y bajar para descubrir varios detalles. Tuvimos suerte porque cuando pasamos al lado de la tienda de Larher, la dependiente estaba limpiando el suelo, pero me atendió y me proporcionó una interesante muestra de lo que produce este pastelero.


Por lo visto mis acompañantes apreciaron y, después de ensenarles otros rincones de la colina, les abandoné en la puerta del Sagrado Corazon.

Cuando llegué a casa mi podómetro anunciaba 34045 pasos. ¡Una marca!
Y una muy buena manera de volver a encontrar esta ciudad.

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