Adaptándose al toque de queda parisino

Ya se acabó esta primera semana con toque de queda a las 18 en París.

El pasado fin de semana, por el frio y la nieve, respetar esta nueva restricción resultó relativamente fácil. Otro cantar fue entresemana.

El lunes, una pregunta de última hora retrasó mi salida de la oficina y para llegar a casa antes que toquen las 18, tuve que caminar muy rápidamente. Pero el lunes es un día peculiar con muchas tiendas cerradas y, entonces, mucha gente que no trabaja. Así que a la hora en punto quedaba muy poca gente en la calle.

A partir del martes, las tiendas estaban abiertas hasta las 18. Así que había mucha más gente en la calle y en las tiendas. Yo me paré en una tienda de congelados para comprar tres detalles y mientras esperaba en la caja, constaté que ya había demasiados clientes en la tienda y que la fila para pagar ya contaba más de una decena de personas… Ese día llegué a casa con 22 minutos de atraso.

El miércoles fue cuando empezaban las rebajas… Yo trabajé desde casa y albergué a una colega que quería ver las gatitas de junio y de enero. No tuvimos una productividad extraordinaria, pero fue un día muy agradable.

Cuando salí de casa, al atardecer, se notaba bastante vidilla en las calles de la colina. Pero los chubascos desanimaron a muchas personas.

El jueves, me marché tarde de la oficina y me extravié en el camino de vuelta. La lluvia me acompañó, el viento destruyó mi paraguas y llegué a casa sobre las 19.

El viernes, aproveché una tarde de libertad para caminar ida y vuelta hacia el puente de Levallois. Pasé al pie del nuevo palacio de justicia y constaté que el barrio sigue en obras porque están construyendo la extensión de la línea 14. Visité de nuevo la calle Rostropovich, pero resistí a todas las tentaciones. Pero al final de esta caminata, tuve ganas de pasar de nuevo por esta zona para mejorar mi comprensión de los diferentes espacios.

Así que hoy, aproveché una mañana soleada para caminar por el distrito XVII.

Cerca del Parque Monceau, son muchos los edificios que albergan oficinas. Pero también se ven viviendas para gente adinerada. Lo que más me asombra es la discreción de las tiendas de abastecimiento ordinario, como si la gente de estos barrios no tuviera las mismas necesidades que los demás.

Al acercarse del periférico, se ven más viviendas sociales, así como instalaciones deportivas y pequeños jardines públicos.

Yo seguí una calle que bordea el periférico y comunica varios edificios sociales y residencias de trabajadores. El tráfico automóvil produce un zumbido constante, pero desde este punto, también conseguí una perspectiva interesante hacia el edificio de Renzo Piano.

¡Merecía la pena pasar por allí!

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