Esta semana tocaba aprovechar el viernes festivo y el largo fín de semana a continuación para cumplir mi buena intención número 16: repintar mi habitación.
Quise hacer las cosas con método y el jueves, al salir de la oficina, me paré en un gran almacén de bricolage para comprar por lo menos lo necesario para toldar el suelo y lavar las paredes.
En el almacén el dependiente presente atendía a una de estas clientes pesadas que no recuerdan lo que buscan pero saben que no es lo que propones. El dependiente tenía aguante y la mujer renunció con un soberano «volveré mañana».
Señalé por casualidad que el día siguiente era festivo pero la mujer, tan soberanamente, me contestó que la tienda estaría abierta.
Seguí recogiendo lo que necesitaba y mientras esperaba para pagar empecé a charlar con la cajera. Me confirmó que la tienda estaría abierta pero también me explicó que cuando los dependientes trabajan un día festivo, tienen paga doble o dos días de recuperación.
El trato me pareció correcto y renuncié temporalmente a maldecir los excesos del consumismo.
El viernes, festivo, a duras penas conseguí preparar las paredes.
El sábado por la mañana volví a la tienda para comprar pintura y constaté con delicia que no había ni un gato pelado en las calles.
Ahora, tras pasar dos capas de blanco, me otorgo un momento de descanso antes de reinstalar mis cosas.
Finalmente los días festivos resultan más cansados que los días laborales…