Esta semana, una de mis amigas contó sus desventuras con unos repartidores. Ella da clase de gimnasia para adultos desde mediodía hasta las 10 de la noche. Por la mañana, despierta tranquilamente, juega con sus dos gatitos negros y aprovecha este momento para cargar las pilas antes de enfrentar estas mujeres que llevan su malestar bordado en la malla de deporte.
Desgraciadamente mi amiga vive en un edificio sin portero y sin sistema para filtrar las entradas. Total cuando llega algún repartidor por la mañana, entra, busca algún piso con señales de vida y, casi siempre, toca a la puerta de mi amiga.
En los antiguos pueblos la gente recibía los paquetes destinados a sus vecinos pero en las grandes ciudades, cada uno se las arregla como puede y mi amiga se niega a recepcionar los paquetes de los demás…
Entonces no contesta, el repartidor toca más fuerte, ella pone la música a tope y siguen así hasta que el repartidor renuncie…
Yo entiendo perfectamente que mi amiga no quiera meterse en el lio de las entregas y sugerí que organizara un aperitivo en el patio de la comunidad para hablar de este tema con los demás habitantes. Pero no tuve mucho éxito.
En mi antiguo piso, no hacía pedidos porque sabía que recuperar el paquete se convertiría en pesadilla. En mi piso actual, la presencia de un portero me pone la cosa mucho más sencilla. Y estos repartidores, confrontados a diario a una misión casi imposible y poco pagada, maltratados por los clientes, me parecen muy dignos de compasión.
Por suerte, desde el pasado miércoles, el sol se instaló en el cielo parisino y este toque primaveral suaviza los contactos cotidianos.
Yo sigo limitando los desplazamientos y evitando los lugares con mucha gente pero hoy me arriesgué a un corto paseo cerca de la gran biblioteca.
No me gustan los edificios modernos que construyeron en esta zona y con gusto volví a mi barrio turbulento 🙂
Unos meses atrás alguién instaló un carillón de viento en la ventana de una quinta planta. Hace poco, alguién instaló otro carillón en la segunda planta de otro edificio. Y ahora estoy buscando el tintineo que quiero escuchar en mi balcón cuando hay algo de viento. Y si seguimos así, dentro de unos meses podremos decir que vivimos en la calle de los carillones 🙂
De momento, os regalaré la foto de una de las primeras flores que conseguí en mis macetas.