Yo paso frecuentemente por la calle de los Pirineos cuando camino desde mi oficina hasta mi casa, al atardecer. Como suelo mirar todos los detalles, noté, poco después del cruce con la calle de Bagnolet, una curiosa criatura en la fachada del número 161 de la calle de los Pirineos. Este pulpo está traspasando un ojo de buey como si fuera escapándose de alguna novela de Jules Verne.
Si el objeto me asombró, confieso que no busqué la razón de su presencia en este lugar. Me conformaba con saludarlo de vez en cuando al pasar por esta acera.
Resulta que unos meses atrás constaté que ya no veía el pulpo. Recorrí la parte sur de la larga calle de los Pirineos, escudriñando cada fachada, y llegué a la conclusión que algunos individuos desconocidos habían capturado el animal para llevarlo a otro lado.
Sin embargo, la empresa que se señalaba con este objeto (un centro de salas de escape) seguía funcionando.
Comenté la situación con otros caminantes empedernidos, confirmaron la asombrosa desaparición de la curiosa criatura y nadie fue capaz de explicarla.
Últimamente, pasé de nuevo al lado de la empresa del doctor Artimus (así se llama el centro) y constaté con mucha alegría que la criatura no sólo había vuelto a su sitio de siempre, sino que también le habían regalado una impresionante restauración.
Si me alegró la vuelta de este animal en el espacio público, confieso que no me atreví a entrar en el centro y probar sus actividades.
Sólo espero que este magnífico animal se escape de vez en cuando para saludar a la salamandra que vive a unos trescientos metros de su ojo de buey.